¡Buenas! Bueno, pues tras diría que dos años aquí, al fin terminé esta novela. Este es el último capítulo, y en breves subiré el epílogo. Por lo que, si nos ponemos quisquillosos, este es realmente el antepenúltimo capítulo. Por ello, todo lo que tenga que decir, lo diré en el epílogo y/o en otra entrada aparte. Por ahora, aquí dejo este capítulo, que tanto se ha demorado en aparecer.
Arrivederci! Y hasta el epílogo.
Había
un gran barullo en el puerto. Numerosos hombres que trabajaban para
el servicio del barco recogían las incontables maletas que venían
en los carros de las gentes más ricas. Grupos de mujeres con altos y
cargados sombreros se reunían en grupillos para parlotear y
cotillear de sus cosas antes de subir al navío que las llevaría a
Digrin.
Entre
el gentío había un chico alto de cabellos platinos que observaba
con detenimiento cómo transportaban su gran espada. Estaba atento de
que la trataran con el mayor cuidado que les fuera posible. Vio cómo
se quejaban del peso de aquel bulto, y cuando entraron en el barco
con ella, el de delante tropezó y la espada cayó. Koren casi sale
corriendo hacia ella. Pero enseguida la levantaron, comprobaron que
no estaba rota y siguieron andando. Koren suspiró con alivio.
Fue
entonces cuando su mirada se topó con los verdes ojos de una joven
que lo miraba. Ella le sonrió en el acto y lo saludó
disimuladamente con la mano. Koren la correspondió mostrando sus
blancos dientes en una gran sonrisa. Junto a Gabrielle vio a una
mujer alta y de cabellera negra que se dio cuenta de sus saludos, o
al menos eso le pareció, pero volvió la cabeza y se hizo la
despistada.
De
repente alguien apareció por sorpresa a su vera. Al girarse, se
encontró con una chica menuda de risueños rizos color miel sobre
los que se posaba un pequeño sombrero, algo cargado de detalles, a
conjunto con su vestido color jazmín.
—Buenos
días, Koren —sonrió Inya.
—Buenos
días —respondió el joven, pensando todavía en lo ocurrido en su
último encuentro, intentando disimular.
—Llega
a llegar un poco más tarde, señorita De Sianse, y podría haber
perdido el barco —observó el criado de Koren, que estaba tras
este.
—El
barco no hubiese partido sin mí, no se preocupe —contestó Inya
sin hacerle mucho caso y poniendo toda su atención en sonreírle a
Koren.
Mientras
tanto, Gabrielle los observaba desde su fila. Estudiaba a la chica
que hablaba con Koren y pronto se percató de quién era. La tal
Belinya De Sianse, la prometida de Koren. Así de cerca la pareció
bastante hermosa. Su larga cabellera rizada le aportaba mucha
elegancia y gracia, y su rostro era casi como el alabastro, sin poros
ni imperfección alguna. Cuidada, limpia y de buen ver, parecía un
buen partido. Gabrielle se sorprendió cuando se dio cuenta de lo que
pasaba por su mente. ¿Qué le importaba a ella quién era o dejaba
de ser esa tal Belinya? Suspiró.
Entonces
un lobo apareció en escena y fue directo hacia Koren y Belinya. Al
principiola gente se asustó, pero tras el animal caminaba
tranquilamente un joven alto y delgado de media melena negra y ojos
verdes, que vigilaban al lobo como si fuese un pequeño cachorrito
inocente que solo quiere jugar. Belinya, al verlo, en lugar de
asustarse, lo acarició, y Koren hizo lo mismo. Al parecer, el lobo
era amistoso, y sería de aquel joven que parecía o un criado, o de
la propia Inya. Pero Gabrielle no pasó por alto tal detalle. ¿Quién
tendría un lobo como mascota? Que ella supiese, solo había una
situación “normal” que encajase en tener un lobo. Por lo que
tenía entendido, los brujos tenían como compañía los animales de
su familia. Pero los brujos estaban extintos. Aunque Syna seguía
viva... pero Syna era una mediobruja.
Siguió
observando la escena. El lobo parecía muy apegado a Belinya.
Entonces le surgió una duda que luego le pareció estúpida: ¿Sería
Belinya una bruja? ¿O quizá el criado? O... ¿Tal vez Koren?
De
repente sus ojos se encontraron con la mirada fija del muchacho de
cabello platino. La había descubierto mirándolos. Gabrielle se puso
notablemente nerviosa y volvió el rostro hacia el otro lado,
avergonzada. Justo en aquel momento llamaban a Syna y a ella para
entrar en el barco. Lo agradeció, y sin mirar atrás se encaminó
directa a la entrada del navío, adelantando a Syna, que la observó
interrogante.
Koren
sonrió divertido.
Inya
lo vio y luego buscó lo que su prometido observaba con tanta
diversión. Solo vio a una mujer de larga cabellera negra
adentrándose en las entrañas del barco.
* * *
Era el
momento. El barco se movía muy lentamente al principio, como si
alguien tirase de él hacia atrás y él intentase avanzar con todas
sus fuerzas. Olía a agua y a pescado, algo que a Melissa le encantó.
Pocas veces había visto el mar. Solo una vez al año visitaban la
playa en el orfanato. Y disfrutaba nadando hasta que ya no podía
más, y luego volvía a la orilla. Eso enfurecía a sus tutores,
porque temían que se ahogase por el cansancio. Siempre le metían
una gran bronca cuando volvía. Pero Melissa lo volvía a hacer,
incluso con más ganas.
Como
la gente se despedía de los familiares y amigos que se quedaban en
tierra y ninguno de los tres tenía de eso, se apartaron de allí y
dejaron sitio a los que sí necesitaban decir adiós a alguien. Y
enseguida llegó el momento inevitable que tanto esperaba Ferlian.
—¿Qué
hacemos aquí y por qué lo tenías todo tan planeado? —atacó Crad
sin pensárselo dos veces, cuando llegaron al otro lado de la
cubierta, lejos de todos.
Ferlian
sonrió.
—¿Os
creíais que después de haber estado buscándoos tanto tiempo os iba
a abandonar así por las buenas en un momento de peligro? ¡No!
Gracias a eso gané tiempo para prepararlo todo muy bien. Aunque he
de reconocer que me lo facilitásteis todo muchísimo pasando por
ahí.
Las
aletas de la nariz de Crad se agrandaron. Iba a gritarle, pero
Melissa se le adelantó nombrando las palabras que él quería decir.
—¿Estás
diciendo esto en serio? —Se acercó mucho a Ferlian para tenerlo en
frente y que este le prestase más atención—. ¡¿Cómo te puedes
tomar tan a broma lo que nos ha pasado?! ¿Estás diciendo que el que
nos cogiesen y torturasen a Crad fue toda una suerte? ¡¿De verdad?!
Ferlian
se echó atrás rápidamente, con un gesto de dolor.
—Maldita
sea, Melissa, no te me acerques tanto —se quejó—. O deja ese
maldito colgante en algún sitio cuando me hables.
La
joven lo agarró instintivamente. Era cierto, estaba vibrando muy
exageradamente, e incluso cubierto con aquella tela se escapaban
algunos rastros de luz azulada. Signo de que había un brujo cerca.
Aunque esa vez no era algo sorprendente, pues sabían a la perfección
la naturaleza de Ferlian, y el hurón color crema de su hombro lo
reafirmaba.
—Explícanos
adónde vamos y por qué —intervino Crad, muy serio—. No quiero
ser tu títere, y de sobras sé que Melissa tampoco.
Ferlian
volvió a sonreír, luego suspiró resentido y se apoyó en la
barandilla de madera del barco.
—Está
bien, os contaré lo que pueda, pero algunas partes son
confidenciales —comenzó. Luego posó sus ojos en Melissa—.
Pertenezco a la organización del Templo de Kayeh. O como a muchos
les gusta llamarlo, la secta del Templo de Kayeh, que no digo yo que
estén muy alejados de la realidad. Si lo vierais... Todos van con
capuchas moradas y en silencio. Es tan siniestro que a veces da
miedo...
—No
te enrolles y ve al grano, brujito —exigió Crad.
—Está
bien, está bien. Bueno, el caso es que allí creen en la profecía
de que los guerreros que caen del cielo, llevándose consigo trozos
de él en sus ojos, son los que liberarán Anielle de Gouverón.
Melissa
soltó una risita por lo bajo que atrajo la mirada de los muchachos.
Le hacía gracia la profecía de los ojos azules. ¿Gente que caía
del cielo? En cierta manera, ella lo había hecho. Había venido de
otro mundo más allá de ese. E igualmente con Anthony, el otro
italiano que se había encontrado, con los ojos igualmente azules.
Era sospechosa la coincidencia, pero ella no creía que alguien
pudiese seleccionar quién podría entrar y quién no a Anielle desde
otro mundo. Sería ilógico que solo los que tenían los ojos azules
pudiesen.
—¿Qué
te pasa? ¿De qué ríes? —preguntó Ferlian.
—De
nada, de nada. Sigue —quitó importancia Melissa, notablemente
nerviosa.
—No
hay mucho más. Solo quiero llevarte al Templo. Están reuniéndoos a
todos para luchar en el frente. Tampoco os van a hacer pruebas
dolorosas y terroríficas, ni experimentarán con vuestro cuerpo. O
eso creo —terminó Ferlian.
—¿Eres
consciente de que nos has metido en un barco sin permiso y a
traición? ¿De que podríamos tener más cosas que hacer donde
estábamos? —apuntó Crad.
—¿Tenéis
más cosas que hacer aquí? ¿Que sean importantes? ¿Además de huir
todo el tiempo de la justicia?
Crad
calló y lo miró fijamente. Ambos iniciaron una guerra de miradas,
con Melissa de testigo. Finalmente, Crad giró la cabeza, saliendo
Ferlian victorioso. No tuvo mucho mérito, puesto que la mirada del
brujo intimidaba a todo el mundo, y nadie podía evitar sentir
reparo. Era como si pudiese atravesar los ojos de la gente y ver sus
secretos más ocultos.
Sin
que ninguno pudiese añadir algo más, el mismo señor con bigote que
les había recibido solo llegar —o caer— al navío, se aproximó
a ellos.
—Hola
chicos, espero que tengan un buen viaje en mi barco —dijo—. Les
acompaño a sus camarotes para que se preparen para la cena. —Luego
se dirigió a Ferlian—. Tengo que hablar contigo a solas.
—Por
supuesto, Capitán —accedió Ferlian.
Los
tres muchachos siguieron al capitán. Melissa observó a su
alrededor. Varios niños jugaban en la cubierta y sus padres les
reñían y perseguían, exigiendo que se portasen bien. Pero estos
seguían corriendo. Sonrió ante la escena. Le recordaban a los niños
de su orfanato, que hacían exactamente lo mismo con sus tutores.
Al
parecer, el barco disponía de dos cubiertas, más la superior y las
máquinas. Sus camarotes se encontraban en la cubierta B. Es decir,
la más ata. Por debajo quedaba la A, y por encima la cubierta exterior.
El
camino era fácil de recordar, pues las habitaciones se disponían en
cubículos en el centro y en una fila larga en los extremos, y sus
camarotes se encontraban en el extremo de los impares, pues cada uno
de los extremos correspondía a pares o a impares. El capitán dejó
a Crad y a Melissa en los camarotes 19 y 21 indicándoles cuál era
de quien, y luego siguió caminando con Ferlian.
Crad
se disponía a entrar a su camarote 21 sin mediar palabra con
Melissa, pues todavía se mantenía distante con ella. Pero Melissa
lo cogió de la camisa.
—Crad...
sobre lo que pasó en la sala de Gouverón... —intentó explicar,
pero no le salían las palabras.
El
chico miraba al suelo, con la mano todavía en el paño de la puerta.
—Sobre
lo del otro mundo... —prosiguió Melissa, nerviosa—. Yo no...
Crad
suspiró y la miró al fin.
—Melissa...
—¡Lo
siento! —lo interrumpió—. ¡No sabía cómo decírtelo! ¡No
sabía...!
—Melissa,
de verdad...
—Es
comprensible si me dejas de hablar, pero al menos déjame pedirte
perdón. ¡Yo no lo hice porque no confiase en ti! ¡Lo juro!
—Mel.
—Si
quieres saber algo, pregunta. Yo te voy a explicar todo lo que
quieras detalladamente, y no voy a...
De
repente, los dedos índice y corazón de Crad se posaron sobre la
boca de Melissa, obligándola a que callase. La joven lo miró con
los ojos muy abiertos.
—No
tienes que darme ninguna explicación —dijo Crad, para sorpresa de
ella.
Aquello
no se lo esperaba. Melissa había esperado gritos, ignorancia,
desprecio, reproche. Pero aquello... aquello no. ¿Cómo podía Crad
estar tan tranquilo? ¿A lo mejor ya lo había sabido antes? ¿O
simplemente creía que estaba loca e iba a mandarla directa a un
manicomio en cuanto se diese la vuelta?
Finalmente,
optó por asentir levemente. Sus ojos se quedaron clavados en los de
Crad, y no supo cuánto tiempo estuvieron así. Los dedos que habían
presionado su boca parecían acariciar sus labios entonces. Los
segundos se hicieron eternos y silenciosos, y Melissa sintió una
especie de impulso interior que la quería llevar hacia adelante.
—Perdón...
—se oyó una vocecita.
Tanto
Crad como Melissa se volvieron hacia su origen, encontrándose con
una pequeña muchacha de ojos verdes y cabellos castaños que los
miraba con reparo y disculpa. Enseguida entendieron que quería pasar
y ellos le obstruían el paso.
—Muchas
gracias —canturreó la muchacha después de que se apartasen, y
echó a correr por el pasillo sujetándose las faldas.
Cuando
Melissa giró la cabeza en busca de Crad se lo encontró ya abriendo
la puerta de su camarote.
—Nos
vemos en la cena —dijo, sin mirarla si quiera.
Tras
el portazo, Melissa se quedó sola en el pasillo, pensativa. ¿Se lo
había parecido a ella o había visto cierto sonrojez en las mejillas
de Crad? Agitó la cabeza, intentando así olvidar la extraña escena
que acababa de presenciar, y se adentró en su camarote individual,
ansiando un baño de agua caliente. Su alegría fue máxima al ver la
bañera y el biombo que se encontraban en una esquina de la
habitación.
* * *
Estaba
a punto de amanecer, por lo que la luz en la cubierta no era
suficiente como para deslumbrar a Gabrielle, que acababa de salir. Lo
cierto era que reconocía el barco, pues juraría que ya había
estado alguna vez en él, cuando viajó de Digrin a Anielle con una
de las familias que la adoptaron.
Pero
en aquel momento buscaba a Syna, y no la encontraba por ningún lado.
Le parecía increíble que una persona pudiese desaparecer en un
lugar cerrado, donde no podía ir más allá, pues alrededor se
encontraba el mar. ¿Cómo lo lograba?
Recorrió
la cubierta con la mirada, cuando le vino algo a la memoria.
«Los
brujos adquieren características de los animales. No se sabe por
qué, pero así es», había dicho Syna días antes.
Y
entonces se le ocurrió mirar hacia arriba. En efecto, estaba sentada
sobre una madera que sujetaba las velas. Su cabello color azabache
ondulaba ante el viento, y su color recordaba a un cuervo.
Por
supuesto, un cuervo. De ahí venía ella, o al menos mitad de ella.
Gabrielle
sonrió al ver que un hombre se desquiciaba gritándole para que
bajara, mientras Syna lo ignoraba por completo y seguía observando
el horizonte. La muchacha se rió por lo bajo y se dio la vuelta para
irse adonde fuese. Estaba ya más tranquila al haber encontrado a
Syna, y supuso que quería estar a solas, así que decidió dejarla
en paz. Pero se sorprendió cuando un pequeño animal peludo y
alargado corrió hasta ella. Su pelaje era color crema, y Gabrielle
enseguida adivinó que se trataba de un hurón. Había visto
bastantes, pues uno de sus amos era cazador y los utilizaba para
cazar.
Con
una exclamación que mostraba lo adorable que le parecía el pequeño
animal, la joven se agachó y se propuso acariciarlo. Pero en cuanto
las yemas de sus dedos rozaron su pequeña cabecita, el hurón se
giró de súbito y la mordió, con tal fuerza que Gabrielle chilló y
agitó la mano, con el hurón colgando de su dedo índice. Era
consciente de la fuerza de los dientes de los hurones, pero el dolor
era más agudo de lo que esperaba. Al ser pequeños dientecillos
afilados, se le clavaban como agujas.
Fue
entonces cuando, de repente, apareció un chico que agarró al hurón
de un tirón. Para sorpresa de Gabrielle el animal abrió la
mandíbula inmediatamente. Miró su dedo con urgencia y observó que
le había dejado pequeños puntos de los que brotaba algo de sangre.
—Lo
siento, es muy agresivo con algunas personas —habló el chico que
le había quitado el hurón de encima.
Solo
después de hablar, a Gabrielle se le ocurrió mirarle. Era un joven
alto y delgado, de cabello rubio oscuro casi cenizo y ojos negros
como dos pozos sin fondo. Su sonrisa dejaba ver dos hoyuelos en sus
mejillas, algo que lo hacía aparentar ser alguien agradable.
—¿Eso
quiere decir que soy una mala persona y que por ello no le gusto?
—contestó Gabrielle, medio en broma, medio en serio.
—No
tiene por qué —sonrió el joven, todavía con el hurón bostezando
cogido del pellejo del cuello—. Simplemente tienes algo que no le
gusta.
—¿Qué
significa eso? —preguntó Gabrielle, extrañada ante su respuesta.
El
chico se inclinó para decirle algo, pues ella era mucho más baja.
—¿Acaso
no sabes con quién vas? —le susurró al oído.
Gabrielle
se sorprendió.
—¿Te
refieres a Syna?
Pudo
ver levemente cómo, al pronunciar su nombre, el chico hizo un amago
de sonrisa que se esfumó al instante.
—Podría
ser. —Seguidamente se apartó de ella—. Tampoco quiero
entrometerme. Adiós.
A la
muchacha le costó reaccionar. Solo cuando ya se alejaba, corrió
tras él y le agarro del brazo para detenerlo y llamar su atención.
—Espera,
¿qué querías decir? —insistió, nerviosa.
—Eres
muy curiosa, muchacha —objetó él.
—¿Qué
sabes tú de ella?
El
joven volvió su mirada hacia ella.
—¿De
Syna? —preguntó.
Gabrielle
asintió, muy seria. El chico miró entonces hacia arriba, hacia
donde se encontraba Syna, pareciendo ignorar todo lo que ocurría
abajo.
—Nos
conocemos un poco —dijo simplemente. Luego se volvió de nuevo y
bajó las escaleras hacia el interior del barco.
Esa
vez, la chica no lo siguió.
Unos
metros más arriba, sobre una vela, Syna se movió por primera vez.
Giró su cabeza y bajó la mirada hacia una Gabrielle inmóvil y
anonadada.
—¿Ferlian?
—susurró al viento.
* * *
Koren
se encontraba sentado en una de las sillas dispuestas en la cubierta.
Sobre su regazo yacía un libro abierto que antes había estado
leyendo, pero que en cuanto reconoció la voz de la muchacha de ojos
verdes, lo dejó aparcado. Aunque simplemente se había dedicado a
observar cómo hablaba con aquel extraño chico rubio del hurón. Se
preguntó de quién se trataría, si Gabrielle lo conocía de antes o
no. Le había parecido que había habido confianza entre ellos, pero
no sabía nada más. Pensativo, siguió con la mirada cómo Gabrielle
se iba hacia el interior del navío. Pero de repente alguien se
colocó delante de su campo de visión. Alzó los ojos y se encontró
con una joven de cara infantil que lo miraba con sus dos grandes ojos
marrones.
—¿Qué
haces? —preguntó con una dulce voz.
—Leo
—respondió él, seco. Cuando se dio cuenta de lo rudo que había
sido, quiso rectificarlo un poco—. ¿Y tú?
Inya
se fue a sentar en el asiento que había junto a Koren.
—Nada,
solo paseaba por la cubierta. Estoy algo nerviosa.
—¿Nunca
habías subido antes a un barco?
—No
es eso —sonrió Inya—. Pero solo de pensar que dentro de nada
estaremos en Digrin. ¡Siempre me ha gustado ese sitio!
Koren
suspiró.
—Es
algo tétrico. Me sorprende que te guste un lugar así —objetó.
—¡Para
nada es tétrico! —exclamó Inya—. Allí viven las aristocracias
más importantes. Mi padre es natal de Digrin, y a mí me enamoraron
las fiestas que se celebran.
—Yo
nunca he estado en ninguna —comentó Koren—. ¿Cómo son?
La
joven se sintió jubilosa al ver tal atención puesta en ella por
parte de Koren. Le comenzó a relatar, sin esconder su entusiasmo, el
tipo de fiestas que se solían celebrar en las casas de más alta
clase. De disfraces, de máscaras, bailes... Todo con una elegancia y
exquisitez que no poseía ningún lugar más en ese mundo.
Sin
embargo, Koren no la estaba escuchando del todo, aunque lo pareciese.
A ratos, cuando Inya no le miraba, él dejaba escapar una ojeada
hacia la puerta que entraba al interior del barco, esperando tal vez
a que alguien apareciese por allí.
* * *
En la
soledad del camarote no se oía prácticamente nada a excepción del
crujir de las maderas del barco. En la esquina de la habitación,
ella estaba completamente sumergida en la bañera. Tenía los ojos
cerrados y su cabello color chocolate ondulaba en el agua como si de
un alga se tratase. Lo que hacía, tan inmóvil, era cavilar sobre
las circunstancias que la habían llevado hasta ese lugar en ese
momento. Ahora que tenía algo de tranquilidad, se daba cuenta de
cómo todo había empezado con una simple aventura para huir de aquel
horrible orfanato en el que vivía y ser libre. Entonces se percató
de la de consecuencias que había conllevado aquello. Y de cómo lo
agradecía. Adoraba aquel mundo, adoraba la gente que había
conocido, y aunque su vida se había tornado de lo más peligrosa,
adoraba su situación. Porque era libre y podía decidir por sí
misma. Porque no era que ya no estuviese encerrada en un orfanato que
pretendía ser su hogar, si no que entonces no tenía casa. Su casa
era el mundo entero. Y la sensación de ser consciente de ello era
increíble.
Una
luz familiar la llevó a abrir los ojos bajo el agua. Tenía fama de
aguantar mucho tiempo la respiración, por lo que todavía no sentía
ninguna prisa por salir. Lo que vio ante ella fue la piedra de su
colgante, ya despojada de aquel horrible trozo de tela, brillar con
su tan típica luz azulada, inundando toda la bañera con ese color y
haciéndola deslumbrar a ella. Y, como entonces ya sabía, eso
significaba que un brujo estaba cerca. Supuso que se trataba de
Ferlian, que pasaba por allí para llevársela a la cena, por lo que
sacó la cabeza del agua y esperó a que golpease la puerta.
Sin
embargo, no ocurrió lo que se esperaba.
—Señorita
Inya, debería darse un poco más de prisa o llegaremos tarde a la
cena.
—No
digas tonterías, David. Llegamos a tiempo.
—Siempre
dice eso, pero siempre acaba haciendo esperar a todos.
—Bueno...
¡esta vez no!
Melissa
se esforzó por escuchar bien los pasos. Eran tan solo dos personas;
por lógica, las que habían hablado. Parecían alejarse, pero
Melissa actuó rápido y salió de la bañera de un salto. Cogió una
toalla y se la enrolló en el cuerpo al mismo tiempo que corría
apresurada hacia la puerta. La abrió y se asomó al pasillo,
completamente empapada y sujetándose la toalla contra su cuerpo con
fuerza. Tan solo le dio tiempo a ver cómo una joven de largos
cabellos acaramelados y un joven mucho más alto que ella, elegante y
vestido completamente de negro, cruzaban la esquina. Melissa miró
hacia todos los lados, aún esperando encontrar a Ferlian.
Pero
no lo vio.
Bajó
la mirada hacia su colgante. La piedra seguía brillando, pero poco a
poco fue apagándose.
Hasta
que dejó de oír los pasos.
Había
dejado un charco en la alfombra del pasillo, pero poco le importaba
en ese momento. Melissa se quedó observando su colgante, aguardando
tal vez alguna otra reacción.
Pero
no hubo nada más. Y solo una idea se le vino a la cabeza.
No
sabía cuál de los dos era, pero una cosa estaba segura: alguno de
ellos era un brujo.