Hola, soy la señora tardona. Lo siento mucho, pero es que tengo la agenda muy ajetreada. ¡Si hoy me he despertado a las nueve y media expresamente solo para terminar este capítulo y subirlo! Apenas tengo tiempo, ni para leer ni para escribir. ¡Vivo estresada! Y ahora entran fiestas en mi pueblo, y luego en el otro, y luego en el otro. Pero no quiero contaros mi vida, solo deciros que últimamente este blog está muy a lo ueh, tardo 2, 3 meses en subir. :( Sorry...
A todo esto, este capítulo es un pelín largo.
Cuando tenga tiempo iré leyendo vuestros blogs para ponerme al día. :'(
Arrivederci! ¡Disfrutad el capítulo! ¡Es hora de que me vuelva a dormir! Zzzzzz...
—¡Qué
vergüenza! —exclamaba la señora De Sianse por tercera vez
consecutiva—. ¡Ese no es el carácter de una dama!
El
señor De Sianse estaba serio, mirando fijamente hacia la ventana y
sentado en su butaca. Su mujer se encontraba acomodada en el sillón
de al lado. Esta había dejado su taza de té sobre la mesita y no
paraba de gritarle a su hija, Belinya de Sianse, que se mantenía de
pie, con la cabeza baja y las manos cruzadas ante ella.
—Pero
Koren es mi prometido —murmuró Inya.
—¡Pero
no puedes besarle en un callejón, como una fulana! ¡Las habladurías
que has levantado son enormes! ¡Ahora te has ganado una muy mala
fama! ¿Qué va a ser de los Sianse? —seguía lamentándose su
madre.
Inya
comenzaba a ponerse nerviosa. No soportó callarse más y chilló:
—¡Antes
también hablaban! ¿Qué diferencia hay? ¡No puedo hacer nada sin
que el pueblo se entere y hable! ¡No puedo quedarme siempre callada
y sonreír! ¡A eso no lo considero vida! ¡A eso lo llamo condenarse
a ser una estatua, una simple figura que camina y no siente! ¡Quiero
ser yo!
—¿Cómo
puedes decir eso? —se escandalizó—. ¡Eres una dama! ¡Tu deber
es preservar el honor de los Sianse!
—¡Solo
sabes hablar de deberes! ¡Hay más cosas además de eso!
—contraatacaba ella.
—¡Estás
volviéndote muy contestona, jovencita! ¡Así no te irá bien en la
vida!
—No
me puede ir peor ya... —musitó en voz muy baja.
—¿Qué
has dicho?
—Nada.
Su
madre se la quedó mirando, muy seria. Inya no soportaba sus ojos. Su
rabia había ido creciendo a lo largo del tiempo, y ahora sentía que
había estallado, y que si volvía a abrir la boca no podría
controlarse.
—Que
sepas que estás castigada.
Aquello
fue la gota que colmó el vaso. La cara de la jovencita se enrojeció
de puro enfado, y apretando los puños, tensó sus músculos.
—¡No
tienes derecho! —gritó, como jamás lo había hecho—. ¡Ni
siquiera eres mi madre!
La
mujer abrió mucho los ojos. Las palabras de Inya parecieron penetrar
en lo más profundo de su ser.
—No
digas eso, Belinya...
—¿Por
qué no si es la verdad? —preguntó Inya, furiosa.
—Porque
eso también te influye a ti —aclaró. Pero en cuanto vio la
expresión de dolor que Inya mostró, suspiró—. De verdad,
Belinya. Esto no puede seguir así. Tienes que comportarte como una
verdadera Sianse.
—¡No
quiero ser una Sianse si eso implica ser una esclava de la sociedad!
¡Es horrible! ¡A veces preferiría que no me hubierais adoptado!
Dicho
esto, corrió hasta la puerta del salón, la abrió con brusquedad y
se alejó por el pasillo del palacio, escuchando la voz de su madre
llamándola a sus espaldas. Estaba furiosa, pero había soltado todo
lo que se había guardado durante tanto tiempo. Se sentía liberada
al fin, y esa sensación le gustó.
Después
de aquello, se encerró con llave en su cuarto y se tiró sobre la
cama, enterrando el rostro en su almohada. No sabía qué hacer a
partir de entonces. Se sentía en un callejón sin salida, y la
angustia la quemaba por dentro. Sabía que deseaba demasiadas cosas
que tenía muy lejos de su alcance, y odiaba no poder encontrar una
solución. Tenía conciencia de que aquello que le había dicho a su
madre había sido cruel. Pero al fin y al cabo, era lo que pensaba. Y
ya no pretendía ocultar nada de su interior. Ya no le importaba en
absoluto lo que la gente le dijera. Decidió entonces que lo único
que buscaría sería su propia satisfacción y felicidad. Lucharía
por ello hasta el final, ignorando a los demás. Esa fue su promesa.
* * *
Hacía
ya un rato que Melissa y aquella mujer estaban calladas. Melissa
seguía sufriendo la claustrofobia, y jadeaba sin cesar, sintiendo
cómo le faltaba el aire. Abrazandose las rodillas, cada vez se
pegaba más a la puerta, como si pretendiese atravesarla. No dejaba
de mirar el ventanuco de la pared de enfrente. Era la única
comunicación con el exterior que había allí.
De
repente, la mujer comenzó a murmurar algo demasiado bajo para que
Melissa pudiese oírlo. Esta hizo un esfuerzo por entenderla, pero
descubrió que simplemente se había dormido y estaba murmurando en
sueños. Decidió dejarla en paz y seguir a lo suyo, pero la mujer se
puso a gritar sin previo aviso:
—¡Gabrielle!
¡Gabrielle! —chillaba—. ¡Corre!
Melissa
se acercó a ella, asustada. Intentó despertarla zarandeándola, y
descubrió que su piel estaba terriblemente seca. Tenía un tacto
rugoso y duro, y le recordaba a la piel de un reptil. Al retirar la
mano se dio cuenta, con sorpresa, que se había quedado con trozos de
piel muerta de la mujer. Estaba tan desnutrida...
Súbitamente,
la mujer lanzó un grito y se irguió, cogiendo a Melissa de los
brazos y acercando mucho su rostro al de la joven. Melissa se
sobresaltó. Tenía miedo, pues veía los ojos desorbitados de la
mujer a menos de un palmo de los suyos.
—¿Qué...
qué ocurre? —preguntó Melissa con hilo de voz.
La
mujer rompió a llorar sin razón aparente.
—Gabrielle
huyó —dijo entre lágrimas, con la respiración alterada y sin
soltar a la joven.
—¿Quién
es Gabrielle? —siguió Melissa, intrigada.
—Gabrielle
es mi hija.
Y la
mujer siguió llorando. Esta vez, sus manos ya no tuvieron más
fuerza y soltaron a Melissa, dejando caer sus brazos como un peso
muerto y apoyándose en la fría pared de piedra. Melissa la
observaba con cierta compasión. No sabía qué debía hacer, o qué
tendría que decir. No conocía a ninguna Gabrielle, pero creyó, por
la reacción de la mujer, que estaba libre, fuera de aquel lugar. Por
otro lado, también se planteó la idea de que no existiera tal
chica, y que todo aquello era debido a la locura de la mujer. Aunque
no supo decantarse por ninguna, siguió actuando como si creyese la
primera.
—¿Sabes
dónde está? —preguntó en voz baja.
La
mujer abrió los ojos y se enderezó de repente, sobresaltando de
nuevo a la joven.
—¡Oh,
sí! —comenzó a exclamar—. ¡Sí, sí, sí, sí! ¡La última
vez que la vi estaba en Digrin!
No
parecía la misma, opinó Melissa. Antes estaba mucho más calmada y
hablaba con serenidad. En aquel momento parecía que se le había ido
la pinza completamente. Pero al menos sus respuestas parecían
ciertas.
—¿En
Digrin?
—¡Ah,
sí! Ahora estamos en Herielle. A Digrin se llega en barco. Es un
continente, una enorme isla donde casi siempre está el cielo
nublado. ¡Bendito el día que se ve el sol! —terminó, alzando sus
esqueléticas extremidades de forma teatral—. Todos decían que
Gabrielle se parecía mucho a mí. Cuánto habrá crecido ya. ¡Debe
ser toda una mujercita! No creo que su padre cuide de ella, pero
estoy casi segura de que él
sí
que lo hará... Aunque no sea su hija. ¡Por eso no me preocupo!
¡Confío en él!
Unos
golpes en la puerta asustaron a Melissa, que se volvió rápidamente,
pues estaba de espaldas a ella. Del otro lado se oyó una voz varonil
y grave que gritaba algo en la lengua de Gouverón, por lo que la
joven no pudo entenderlo. La mujer rió por lo bajo. Ella la miró,
interrogante.
—Nos
ha dicho que callemos —susurró—. Qué les importa a ellos si
hablamos o no. Como si pudiésemos salir de aquí algún día.
Melissa
sintió un escalofrío.
—¿No
hay ninguna forma de escapar? —preguntó, asustada.
—Nadie
ha logrado salir nunca, así que de momento no. Pero quién sabe.
—Bajó la mirada hacia la bandolera de Melissa—. ¿Qué llevas
ahí? Es raro que te hayan permitido llevar algo contigo.
La
aludida miró su bandolera. Era cierto, a ella también le extrañaba.
La abrió y tanteó lo que tenía dentro. Ya ni se acordaba. Solo
estaba su cartera con un dinero inservible en aquel mundo, su
cuaderno de dibujo, su estuche de pinturas y la cámara de fotos
dentro de su funda. La mujer asomó la cabeza para ver todo aquello.
—¿Son
cosas de la Tierra?
—Sí
—respondió Melissa—. Pero sólo me servirá el cuaderno de
dibujo y el estuche. Lo demás ya no lo voy a utilizar más...
—¿No
sabes volver a la Tierra? —preguntó la mujer, mirándola a los
ojos.
—No.
¿Tú sí? —dijo, sintiendo cómo una extraña sensación de alivio
crecía en su interior.
—Oh,
sí. Pero no logro acordarme... Se vuelve igual que se va, se va
igual que se vuelve. Sólo recuerdo eso. Debes hacer memoria de cómo
llegaste a Anielle.
—Simplemente
caí y me di en la cabeza contra un árbol. Todo empezó a dar
vueltas y cuando me di cuenta, ya estaba en Anielle —explicó
Melissa, ansiosa por una respuesta.
—Falta
algo —objetó la mujer—. Te falta algo. Un detalle. Había algo
más.
—¿Cómo
qué? —insistió Melissa, nerviosa.
—¿Tienes
ganas de volver?
Melissa
calló y caviló. ¿Tenía ganas de volver? Ella había escapado del
orfanato para tener independencia. Al principio había decidido que
se estaba bien en Anielle. Allí jamás la encontrarían y podría
ser libre de verdad. Pero entonces se dio cuenta de que, realmente,
echaba de menos su mundo natal. Supuso que era lo mismo que cuando
alguien se independiza de sus padres. Se va de casa, pero no olvida
jamás los años que pasó en el hogar donde se crió.
—Sí... supongo que sí —respondió al fin—. Echo un poco de
menos la Tierra.
—Normal
—dijo ella—. Yo también echo de menos mi casa. Era una casa
grande y blanca, a las afueras de Lond, junto a un río hermoso. Un
lugar muy agradable y tranquilo para vivir. Sus jardines eran muy
coloridos. Recuerdo que había flores de todos los tipos y colores. Y
los caminos empedrados, los bancos de mármol... Oh, todo era
precioso.
—Vaya
—suspiró Melissa, asombrada ante tal belleza descrita.
Se
hizo un nuevo silencio durante el cual ambas estaban absortas en los
recuerdos de sus antiguos hogares.
Un
sonido como de algo rasgándose rompió el silencio de la celda.
Melissa volvió la mirada, extrañada, y descubrió que la mujer se
había arrancado un trozo de tela de su vestido. Antes de poder
preguntar qué estaba haciendo, le cogió su colgante y empezó a
envolver la piedra con aquel trozo de tela.
—¿Podrías
hacerme un favor? —preguntó la mujer.
La
joven asintió en la oscuridad, curiosa, y sin dejar de observar cómo
envolvía su colgante.
—Si
sales de aquí... busca a Gabrielle y dile que la quiero, que todo
irá bien y que tenga paciencia, que algún día descubrirá toda la
verdad. —Hizo un nudo y soltó el colgante—. Y además, me
gustaría que buscaras también a otra persona, y decirle que no la
olvido y que la sigo queriendo. Es...
Sin
previo aviso, la puerta de la celda se abrió con brusquedad.
Afortunadamente, Melissa se encontraba junto a la mujer, así que no
le dio. Sin haber pasado mucho rato, entró un hombre grueso y
maloliente, con el rostro empapado de sudor y la suciedad pegándose
a su cuerpo. Cogió a Melissa de un brazo y la levantó con una sola
mano. Su fuerza era tal que la joven gimió de dolor. Aquel hombre le
gritó algo a escasos centímetros de su rostro, echándole su
pestilente aliento y salpicándola de saliva. Melissa se quedó donde
estaba, mirando al guardia a los ojos y sin saber qué hacer o decir.
—Pregunta
que cómo te has quitado las cuerdas de las manos —saltó la mujer
de repente.
El
guardia oyó aquello y, sin soltar a Melissa, propinó varias patadas
a la mujer con una terrible brutalidad. Melissa, al ver aquello, tiró
del brazo del hombre con todas sus fuerzas, aún sabiendo que no
obtendría resultado alguno, pues él era más fuerte.
—¡No!
¡Déjala! —gritaba, sin dejar de tirar de él.
Al
principio pareció dar resultado, porque el hombre dejó de darle
patadas. Pero luego se volvió hacia ella y le apretó el brazo tan
fuerte que Melissa sintió como si se le fuera a romper el hueso. Lo
siguiente que vio fue un puño cerrado abalanzándose contra su
rostro. Y finalmente, un dolor atroz en su lado izquierda de la cara,
justo debajo del ojo. Había faltado poco para que diera de pleno en
él. De repente, un sabor metálico inundó su boca. Escupió,
asqueada, y descubrió que era sangre. Buscó desesperada el origen
de la hemorragia y descubrió que, debido al golpe, se había herido
la parte interna de la mejilla con un diente, además de un pequeño
corte en la lengua.
Sin
perder más tiempo, la sacó de allí a empujones y cerró la puerta
de la celda nuevamente. Una vez fuera, la cogieron dos guardias
nuevos, uno de cada brazo. Ambos eran muy altos y gruesos, y
apestaban a sudor y tierra. Melissa no quiso mirarles a la cara. Se
quedó con la vista clavada en el suelo y una furia que llenaba cada
fibra de su cuerpo. En su mente se reflejaba un único pensamiento:
quería salir de allí con Crad.
Los
guardias la arrastraron hacia delante, conduciéndola por un
laberinto de celdas. Melissa no quiso mirar a los presos. Mantuvo su
cabeza gacha y el corazón encogido ante los lamentos que se oían.
Había tanto sufrimiento allá abajo...
Subieron
por unas escaleras de caracol, repletas de musgo y humedad. Melissa
tampoco les hizo caso. Su ira simplemente siguió creciendo a cada
paso.
Pasillos
y más pasillos. Todo se reducía a eso. Ni siquiera había cuadros,
tan solo simples paredes azules. Toda decoración había sido
eliminada, haciendo el castillo más inhóspito de lo que ya era de
por sí.
Pero
algo ocurrió. Al final de un largo pasillo apareció una pequeña
sala, en la cual colgaba un gran cuadro. Melissa alzó la vista al
fin y observó cómo iban acercándose a él. Al parecer, la dirigían
hacia allí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se fijó en las
personas del retrato. Intuyó que eran reyes por sus elegantes
ropajes y sus posturas orgullosas. El hombre estaba de pie, con un
traje azul más semejante a los de principios del siglo XX, con
hombreras y flecos dorados, un pantalón blanco y, en su pecho
izquierdo, algunas medallas. Su sonrisa parecía gentil y amigable,
transmitiendo así confianza. Su cabello era castaño oscuro y corto,
y sus ojos del mismo color. La reina estaba sentada a su lado, en una
gran silla de oro. Su tono de piel era casi enfermizo. Tenía una
larga cabellera de un color entre castaño y rubio que caía
ondulándose con gracia sobre su torso. Poseía una belleza sublime,
casi inimaginable. Su tez, lisa y pálida, parecía esconder algo que
la pintura no quería mostrar. Sus ojos claros brillaban de forma
extraña; triste y feliz al mismo tiempo. Llevaba un largo vestido
rojo bordado de espirales y motivos florales dorados. Sus manos
descansaban sobre su regazo y su labios rosados se curvaban hacia
arriba en una sonrisa melancólica. Todo el sentimiento que aquella
mujer transmitía hizo estremecer entera a Melissa. Pero ya no pudo
observar nada más, pues los guardias tiraban de ella hacia un nuevo
pasillo.
El
nuevo recorrido era el más oscuro de todos, y Melissa descubrió el
porqué enseguida. No todas las velas de los costados del corredor
estaban encendidas. Había algunas aleatorias que se encontraban
apagadas, lo que sumía al lugar en la penumbra. De repente, los
guardias se detuvieron, y la joven se percató de que habían llegado
al final del trayecto; una gran puerta de hierro se alzaba ante
ellos, imponente.
—Adelante
—habló una voz grave desde el otro lado.
Un
hombre salió de entre las sombras, sorprendiendo a Melissa, que no
lo había visto, y abrió la puerta que tan pesada parecía. Llevaba
una especie de uniforme negro y una larga capa del mismo color,
algo que llamó la atención a la joven, pues se esperaba a alguien
con armadura y casco medievo.
Cuando
la puerta estuvo lo suficientemente abierta como para que pudiesen
pasar, la empujaron hacia dentro y la obligaron a caminar de nuevo.
Lo primero que pensó Melissa al entrar en aquel lugar fue «frío».
Pero no el frío de sensación, sino un frío más profundo, más
intenso, más... interno.
La
estancia era grande y el techo se encontraba a varios metros de
altura. En los costados colgaban unas cortinas negras que cubrían la
pared entera, impidiendo descubrir qué había allí. Además, unas
gruesas columnas de piedra dividían la sala en tres pasillos. En el
del centro, y por el que iban ellos, se encontraba una plataforma con
escaleras que subían hasta llegar a un gran asiento; alguien estaba
de pie allí, apoyando un brazo en el trono. Su rostro estaba
semioculto en la oscuridad.
Los
guardias siguieron arrastrando a Melissa hasta que se detuvieron
justo en el centro del rectángulo de luz originado por un gran
agujero en el techo por el cual entraban los rayos. En aquel
entonces, el sol incidía directamente allí, por lo que Melissa
adivinó que era mediodía.
Fue
entonces cuando se dio cuenta de otra cosa. Sintió cómo algo se
removía en su cuello y miró hacia abajo. Lo único que encontró
fue su colgante, envuelto en las telas viejas de aquella mujer.
Parecía estar vibrando como antes en la celda. La joven estuvo
segura de que, de no estar cubierto, su luz azulada iluminaría toda
la sala. Pero atando cabos, cayó en la cuenta de que si la piedra
reaccionaba así era porque había un brujo allí.
Un
agudo gemido llamó la atención de Melissa, que lo reconoció al
instante. Seguidamente, unos pasos descalzos comenzaron a correr en
la parte izquierda, muy cerca de la pared, medio ocultándose en las
sombras. Aun así, la joven logró ver una pequeña figura de largo
cabello oscuro que se alejaba entre las columnas. No quiso volver la
cabeza más de lo necesario, además de que no le hubiera servido de
nada, pues los corpulentos cuerpos de los guardias le impedían la
visión. Lo último que se oyó fue la puerta de hierro abrirse y
cerrarse de nuevo con un portazo. Y luego el silencio.
La
misma voz grave que les había invitado a pasar, rompió aquel pesado
silencio. Provenía de lo alto de la plataforma, justo de la persona
que estaba de pie. Debido a que utilizó palabras en aquel idioma que
Melissa desconocía, la joven se quedó mirando con expresión
interrogante. La figura volvió a hablar, y aquella vez lo hizo en
tono de pregunta. Pero Melissa no abrió la boca, sino que siguió
mirando sin saber qué hacer o decir.
Entonces, una segunda voz entró en escena, y aunque tampoco lograra
descifrar sus palabras, supo enseguida a quién pertenecía. Cómo
olvidar algo así. Ya de por sí, las voces de los elfos eran
melodiosas y puras, y cuando hablaban no podías ignorarlos. Parecía
que hablaban cantando, cautivando tus oídos y haciéndote sentir
pequeño, muy pequeño. Pero aquella elfa tenía otro acento, uno tan
seductor y misterioso al mismo tiempo que te hacía querer huir lejos
de ella.
Giró
la cabeza hacia la derecha, donde la elfa salía de detrás de la
columna a la luz, dejando ver su esbelto y elegante cuerpo. Melissa
se sorprendió al verla en aquellos ropajes. Había cambiado los
atuendos típicos de los elfos por un traje ceñido de cuerpo entero
negro, botas altas grises, un cinturón donde guardaba algunas dagas
y una coraza que le cubría el pecho, pero sin privarlo de un
pronunciado escote. Su largo cabello pelirrojo seguía igual de
lustroso que siempre, ondulado hasta la cintura. Pero en aquella
ocasión había retirado de su rostro cualquier mechón que pudiera
interponerse en su visión con una diadema negra. Así, sus largas
orejas puntiagudas quedaban perfectamente a la vista.
Cómo
olvidarse de una figura tan llamativa como la de Senlya.
El
hombre del trono y ella mantuvieron una breve conversación de la
cual Melissa no pilló ni una sola palabra. Por eso cuando pudo
entender una frase, se sintió aliviada.
—Bien,
entonces, visto lo visto, tendremos que hablar en la lengua rebelde.
Todos
parecieron sorprenderse, incluso Senlya, que abrió mucho los ojos y
miró hacia el trono. Los guardias que sujetaban a la joven la
apretaron más fuerte durante un instante, como si hubieran tenido un
impulso nervioso al mismo tiempo. Melissa, en cambio, estaba
agradecida de no sentirse perdida al fin.
—Pero
señor... ¿cómo...? —habló Senlya, sin salir de su asombro.
—¿Acaso
no me veían capaz de aprender su lengua? —dijo el hombre del
trono.
—No,
no es eso, señor... Pero resulta extraño puesto que ese idioma es
un símbolo de rebelión... —se excusaba la elfa, nerviosa. Aquello
sorprendió a Melissa, pues nunca la había visto de aquella forma.
Siempre había creído que ella tenía un carácter fuerte y aires de
superioridad. Pero en aquellos momentos no mostraba ninguna de las
dos cosas.
—¿Y
qué más da eso? Ahora nos va bien, así que volvamos a lo
importante. —Aunque no se le podía ver el rostro, por su
movimiento se supo que miraba directamente a Melissa—. Si así nos
entiendes, ¿podrías responder algunas preguntas?
Su
tono de voz era irónicamente amable, algo que hizo rabiar a Melissa
por dentro. ¿Aquél era el verdadero Gouverón? ¿Estaba ante el
primo que consiguió matar al antiguo rey y quedarse con su trono? No
se lo creía, puesto que solo veía a un hombre cualquiera que se le
había subido el poder a la cabeza. Por ello, no abrió la boca.
Simplemente lo observó con una mirada repleta de rabia.
—¿No
quieres hablar? —volvió a preguntar.
—¿Qué
quieres? —soltó Melissa, impaciente y sin un rastro de temor en su
voz.
Senlya
lanzó un suspiro que la joven entendió
como un «estás muerta». En cambio, el hombre del trono rió,
sorprendiendo a todos nuevamente, esa vez incluso a Melissa.
—Me
gustas, Melissa —dijo, una vez calmó sus risas—. Como veo
que eres tan impaciente, lo voy a pedir sin rodeos. Básicamente
estas aquí para que confieses dónde se encuentra la base de la
Séptima Estrella.
Aquello
la dejó atónita. ¿La base? ¿Acaso tenían una base? Nunca se
había imaginado algo así, aunque entonces le pareció normal. Eran
un grupo de gente que quería luchar contra Gouverón. Lo más
sensato sería que tuvieran una base. Pero, por suerte o por
desgracia, ella no conocía dicho lugar.
—No
lo sé —contestó, seria. No quiso aportar más información. Ni
tenía ganas ni la necesitaban.
—Sabes
que no te conviene mentir, ¿verdad? —la avisó el interrogador.
—No
estoy mintiendo. No sé tantas cosas como crees.
Estaba
furiosa. Ya de por sí tenía mal carácter, pero sumándole el
estrés y la claustrofobia, este aumentaba. Además, los recuerdos de
la historia de Crad eran recientes, y no dejaban de pasar por su
mente, imaginándose al que tenía delante ordenar quemar su casa y
matar a su familia. Le provocaba tal náusea que prefería no hablar
demasiado.
De
nuevo, Gouverón lanzó una risotada.
—Siempre
hacéis lo mismo, sois todos iguales —dijo, sonriendo
maliciosamente—. Con lo fácil que sería responder adecuadamente y
librarse del peso. Pero en fin, no hay más remedio que sacaros las
cosas a la fuerza. No eres la primera tampoco.
Chasqueó
los dedos y una nueva figura surgió de la oscuridad. Melissa pudo
sentir cómo su sangre se le congelaba en las venas al reconocer al
chico. Con el torso desnudo y las manos atadas ante él por unas
esposas de hierro, fue arrastrado por un guardia peludo y feroz que
portaba un gran látigo negro. El cuerpo del joven estaba salpicado
de sangre y sudor, y soltó un gemido de dolor al caer de rodillas en
el suelo. Melissa no tardó ni un segundo en darse cuenta de lo que
pasaba.
—¡Crad!
—gritó instantáneamente al verlo. Se removió entre los brazos de
los centinelas sin resultado alguno—. ¡CRAD! —gritó aún más
fuerte, esperando una respuesta, pues su compañero tenía los ojos
cerrados.
Tras
llamarlo varias veces, Crad consiguió alzar la cabeza y abrir los
ojos a Melissa.
—Tranquila,
estoy bien —le dijo con una sonrisa.
Melissa
no era tan tonta como para no saber que mentía. Por su instinto
protector, para que ella no se preocupara... No sabía el porqué,
pero le dio rabia que se lo ocultara.
El
chasquido del latigazo y el consiguiente gruñido resonó en la sala.
Crad se desplomó cual largo era sobre el suelo con un grito de
dolor, dejando a la vista de todos las cicatrices de su espalda.
Melissa sintió cómo se le quebraba el corazón y se le revolvían
las tripas.
—¡¡NO!!
¡¡PARAD!! —gritó con todas sus fuerzas.
Una
increíble fuerza afloró al exterior a causa de la ira, y la joven
pudo liberarse de los guardias. Quiso avanzar hacia Crad, pero su pie
tropezó con un bloque de piedra que sobresalía y terminó en el
suelo, arrodillada. Todas las fuerzas milagrosas se le terminaron
allí, en el frío suelo de piedra, en medio de los rayos de luz que
se filtraban por el agujero del techo. Con la cabeza gacha, apretó
los puños contra el suelo.
—¿De
qué te sirve esto? —preguntó, en un hilillo de voz, sin darse
cuenta si quiera que lo decía. De repente, alzó la cabeza,
decidida—. ¿Qué debo hacer?
No
miró a Crad de nuevo; sabía que si lo hacía no podría pronunciar
bien sus palabras.
Al
parecer, la determinación de Melissa sorprendió a Gouverón.
—Bueno,
a mí me gustan los secretos. Y ahora me interesa el lugar de la base
de la Séptima Estrella, algo que ninguno de los dos me ha querido
confesar —objetó, dando vueltas por la plataforma de su trono, en
el cual todavía no se había sentado.
—Yo
no conozco tal lugar. No sabía que existía hasta hace apenas unos
minutos. Es posible que tú sepas más que yo, así que no sacarás
nada preguntándome —contestó, siguiendo el recorrido de la sombra
con la mirada.
—Entonces
no sirves para lo que quiero. —Se detuvo súbitamente y la
observó—. ¿Quién ha dejado que lleves eso contigo?
Rugió
unas palabras que Melissa no comprendió de nuevo, y enseguida sintió
las grandes manos de los guardias sobre ella. Forcejeó y gritó;
tardó en darse cuenta de que le estaban quitando la bandolera. Una
vez despojada de ella, la dejaron en el suelo, atónita. Vaciaron la
bandolera girándola del revés, dejando caer todo su interior. Sus
lápices se desparramaron por el suelo, su cuaderno se abrió por una
hoja en la cual había un dibujo de la puerta del orfanato y su
cámara cayó originando un fuerte golpe.
—¿Qué
son esas cosas? —preguntó Gouverón, curioso.
Una
idea cruzó la mente de Melissa. La meta de salvar a Crad no le dejó
pensar en las consecuencias que podría conllevar las acciones que
quería llevar a cabo.
—Has
dicho que te gustan los secretos —musitó, volviendo la mirada de
nuevo hacia arriba—. Yo tengo un gran secreto. ¿Aceptarías lo que
yo te contase a cambio de la liberación de Crad?
La
joven vio, por el rabillo del ojo, cómo Crad alzaba levemente la
cabeza y la observaba, interrogante. A pesar de ello, y consciente de
que él se enteraría de toda la verdad de una forma poco adecuada,
no quiso echarse atrás, y siguió con la mirada fija hacia arriba,
decidida.
Entonces
pasó algo extraño. De repente, un lobo grisáceo y negro saltó de
la plataforma y se colocó ante ante ella, poniendo su morro a
escasos centímetros de su rostro. Por un momento, Melissa sintió
miedo ante lo que aquel lobo pudiera hacerle. Pero en cuanto le miró
a los ojos, se quedó hipnotizada. Eran verdes, pero de un verde
claro muy extraño. Un verde claro que había visto antes, en
alguien... Alguien cariñoso que cuidaba de dos huérfanos.
Yaiwey.
Se
preguntó por qué había ese parecido, aunque luego decidió dejarlo
estar. Era una tontería. Aún así, tembló de terror en cuanto el
lobo bajó la mirada a su pecho y empezó a gruñir. Ella sabía a
qué gruñía: su colgante. Empezó a echar su cuerpo poco a poco
hacia atrás, imaginándose al lobo abrir sus fauces y arrancarle el
cuello de cuajo.
—Déjala
—bramó alguien.
El
lobo miró a los ojos de Melissa de nuevo y luego se apartó bufando,
como molesto. La joven se quedó patidifusa y con una sensación
extraña en el cuerpo. De verdad que le recordaba mucho a Yaiwey.
—¿Podría
favorecerme más que conocer el lugar de la base? —preguntó
Gouverón, retomando el anterior tema de conversación como si nada
hubiera pasado.
Melissa
tardó en volverse a calmar.
—Sí
—dijo sin embargo, con un fuerte tono de determinación.
Se lo
pensó unos segundos antes de hablar de nuevo.
—Está
bien. Pero si no me parece bien, no lo cambiaré.
—Lo
sé —accedió Melissa. Luego respiró hondo. Seguía sintiendo los
ojos de Crad puestos en ella, a la espera de escuchar lo que iba a
decir—. Esas cosas que llevaba en mi bolsa no son de aquí. Yo...
no soy de aquí. —No sabía cómo decirlo exactamente, y había
bajado la mirada para sentirse menos intimidada—. Yo terminé en
Anielle por accidente. Realmente vengo de un lugar lejano. De otro
mundo.
Se
hizo un silencio tan sólido que incluso podían oírse las motas de
polvo caer en el suelo. Nadie dijo nada, algo que Melissa ya se
esperaba. Se había dicho a sí misma que no la creerían, que la
tratarían de loca o de mentirosa. Por eso se sorprendió al oír de
nuevo la voz de Gouverón.
—¿Cómo
es ese mundo del que vienes?
Por un
momento, la joven se sintió aliviada. Parecía haber conseguido la
atención del gobernador y aquello podía significar la salvación de
Crad. Pero por otro lado, empezó a ponerse nerviosa. ¿Cómo les
explicaría cómo era la Tierra si no conocían los términos
“electricidad”, “automóviles” u otros?
—Bueno—empezó—,
es muy distinto a Anielle. Sería difícil explicároslo. Allí hemos
descubierto la electricidad, y ya no utilizamos caballos para
desplazarnos, sino coches, que son unas máquinas que funcionan con
un motor. —Miró a su alrededor y observó los rostros de Senlya y
los guardias. Todos parecían confusos, y adivinó que no sabían de
qué estaba hablando. No se atrevió a mirar a Crad ni una sola vez—.
¿Veis? Es difícil de entender.
—No
tanto como crees —saltó Gouverón de repente.
Todos
alzaron la cabeza, pasmados.
—De
momento es interesante —prosiguió—. Has conseguido cautivarme.
Pero no va a ser tan fácil. Debes mostrarnos el lugar donde
apareciste. Si no nos lo demuestras, podríamos creer que estar
mintiendo.
Aquello
asustó a Melissa. Mostrar cómo llegar a su mundo... ¿Qué harían
una vez allí? ¿Acaso había puesto en peligro a todos los
terráqueos? Su visión del torturado Crad no le había dejado
razonar. Pero ya estaba hecho, así que solo le quedaba una opción:
seguir adelante.
—Por
supuesto. Os lo mostraré.
* * *
Aquella
noche había una fuerte tormenta. Las gotas de lluvia se estrellaban
contra los cristales de las ventanas y casi parecía que los fueran a
romper.
Una
anciana estaba sentada en la butaca, frente a la chimenea. Estaba
haciendo una manta de lana mientras una niña jugaba con sus muñecas
de trapo. De repente, la anciana paró y miró hacia una de las
ventanas.
—Cede,
amor, ya es hora de que vayas a dormir —objetó.
La
niña la miró haciendo morros.
—Pero
abuela... —se quejó.
La
anciana sonrió.
—Venga,
que ya es demasiado tarde y mañana será otro día.
Al
final, Cede accedió. Arrastrando los pies, se dirigió a su
habitación. Una vez Yaiwey oyó la puerta cerrarse, se levantó de
su butaca y dejó su labor sobre la mesita. Caminó hasta la puerta
de su casa y la abrió. Una fuerte ventisca la empujó hacia atrás
unos centímetros, y varias gotas de agua le chocaron contra la piel
como si fueran cuchillas. Justo después de que un chico entrara
corriendo en la casa, Yaiwey cerró la puerta de nuevo.
—¿Qué
ocurre, Deisen? —preguntó inmediatamente al nuevo.
El
interpelado apoyaba las manos sobre sus rodillas e hiperventilaba.
Había luchado contra los fuertes vientos de la tormenta para llegar
hasta allí, y necesitaba recobrar el aliento. Pero una vez lo tuvo
medio controlado, se irguió y miró fijamente a Yaiwey.
—Se
trata de Cradwerajan —informó— y de la chica que iba con él.
Los dos han sido cogidos por los guerreros de Gouverón.
La
anciana lo miró fijamente y, por primera vez, mostró un sentimiento
en su expresión. Las arrugas incrementaron y sus ojos se abrieron
con sorpresa. La preocupación se marcaba en cada ángulo de su
rostro. Además, Deisen pudo ver cómo sus puños se cerraban con
fuerza.
—¿Cuándo
fue? ¿Dónde los capturaron?
Su voz
también había cambiado. Había sonado quebrada y como pronunciada
con esfuerzo. Deisen pasó la mano por su corto cabello pelirrojo
claro, haciendo memoria.
—Hace
unos días, en las afueras de Rihem —informó.
Yaiwey
asintió sin decir nada.
—Gracias
por venir aquí a comunicármelo.
—¿Va
a intervenir? —preguntó el chico, bajando la voz de repente.
La
anciana suspiró, abatida.
—Sí.
No puedo dejarlos a la merced de Gouverón.
Deisen
también suspiró.
—Lo
entiendo. Pero después de tanto tiempo, ¿sabrá hacerlo bien?
—No
hay tiempo para entrenarse, solo puedo esperar que salga bien.
—Colocó una mano sobre el picaporte de la puerta principal y
sonrió a Deisen—. Además, tampoco hace tanto, ¿recuerdas?
El
chico le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza. Seguidamente,
se dirigió a la puerta para enfrentarse de nuevo a la tormenta.
—Ten
cuidado. Y gracias de nuevo —dijo Yaiwey.
—No
tiene que agradecerme nada. Se lo debo —contestó Deisen, sereno—.
Usted me salvó la vida una vez.
Yaiwey
elevó las comisuras de sus labios en una nueva sonrisa sincera.
Abrió la puerta y el joven chico se precipitó al exterior
rápidamente. Una vez estuvo fuera, la anciana cerró la puerta de un
empujón y se quedó allí, sin moverse.
—Te
dije que fueras a dormir —dijo sin girarse.
—Tenemos
que ir —habló una voz a su espalda.
Yaiwey
suspiró.
—Esta
noche no podemos —decía mientras se volvía hacia la niña—.
Además, tú tampoco podrías venir.
Cede
estaba de pie, con los puños cerrados. Temblaba por la alta
presencia de ira y terror de su interior. Su mirada parecía echar
chispas, y su boca luchaba por contener los gritos de desesperación
que deseaban salir al exterior. Además, en su barbilla habían
aparecido pequeñas arrugas, al igual que pliegues en su frente.
—¡Pero
no es justo! —chilló de repente—. ¡No hay tiempo que perder!
—No
podemos ir a ningún sitio con este tiempo. Aunque lo intentásemos,
saldríamos malparadas y no les serviría de nada —intentó hacerla
razonar.
—¡¿Y
QUÉ?! —se alteró Cede—. ¡Es una emergencia! ¡Y si tú no
quieres ir ya iré yo!
—¡No
puedes hacer eso, Cede! ¡Podría pasarte algo por el camino! ¿Y
entonces qué? ¡Ya no podrías salvarlos! ¡Cradwerajan no querría
que te ocurriese nada!
—¡Me
da igual lo que querría o no! ¡Es mi hermano!
Pequeñas
lágrimas comenzaron a bajarle por las mejillas. Corrió hacia la
puerta, hacia donde estaba Yaiwey, y la empujó para intentar
apartarla. Quería salir al exterior, quería ir a buscar a su
hermano.
—Cede,
para. Es peligroso. Solo empeoraría más la situación —le decía
Yaiwey, intentando sujetarla.
—¡No,
déjame! ¡Quiero ir en su busca! ¡Tanto Cradwerajan como Melissa
necesitan que vayamos! ¡Tenemos que salvarlos a los dos! —repetía
una y otra vez.
Pero
algo ocurrió. Cede comenzó a sentirse cansada de repente, y los
párpados le empezaron a pesar. Todo su cuerpo cayó muerto y se
durmió sin que nada pudiese hacer. Yaiwey la sujetó antes de que se
diera contra el suelo.
—Lo
siento —dijo, mirándola con cierta tristeza—. No podía hacer
otra cosa.
La
llevó en brazos hasta su habitación y la tumbó en la cama. La
arropó con todo el amor de una abuela hacia su nieta y, tras
pensárselo varias veces, colocó dos dedos sobre su frente. Cede
frunció el ceño y comenzó a gemir en sueños, pero Yaiwey no se
detuvo. Cuando la anciana retiró sus dedos, la niña ya se había
calmado y volvía a dormir plácidamente. En un suspiro, Yaiwey se
dio la vuelta y se dirigió a la cocina.
Una
vez allí, se agachó en el suelo. Tanteó con la mano las baldosas
hasta que encontró una que pudo levantar. Allí había un hueco, del
cual sacó un objeto. Sin perder más tiempo, se levantó y caminó
hasta la mesa.
El
objeto era una caja de bronce, en cuya tapa había el grabado de
media cabeza de lobo. Yaiwey pasó los dedos por el dibujo, con
cierta melancolía. Al final abrió la caja y sacó de ella un collar
de cadena de plata con una perla verde completamente redonda y
rodeada de un anillo plateado. Lo alzó ante sus ojos y sujetó la
perla con la mano, para poder observarla mejor.
—Ha
llegado la hora —murmuró—. Te necesito de nuevo.
Oh my gosh. TE PERDONO QUE NO SALGA SYNA porque el capítulo ha sido muy interesante y me he enterado de un montón de cosas nuevas de la trama y me encanta*-* ¡¡¡¡¡¡¡¡SABÍA QUE ERA LA MADRE DE GABRIELLE!!!!!! ¡AJÁ! WTF A ver, si mis teorías conspiranóicas son correctas, la madre se refiere a que el mendigo reshulón está cuidando de Gabri aunque no sea su hija...y la otra persona a la que sigue queriendo...¿Syna? Yo estoy por decir que es Syna. Creo que la madre de Gabri debió casarse o algo con el padre de Syna y aún la quiere aunque no sea exactamente su hija o algo ò____ó ¿¿¿¿ESTOY EN LO CIERTO?????
ResponderEliminarSí. Sé que a este punto del comentario has llegado a una conclusión. Una conclusión terrible. Y te preguntas, con algo de pánico: ¿Aún no dice nada de Inya? BIEN. BIEN. Tú tranquila, TÚ ESPERA, que ya llegaremos a eso y va a ser muy divertido 8) *<---no es como si fuera una sonrisa psicópata. PARA NADA*
WTF Ana, hay cierta escena en este capítulo que se parece un poco a una escena futura de Corazón de Fuego. Lo digo por si en un futuro la lees y te quedas como: What? esto me suena¬¬ y no te alarmes, no es que se parezca mucho, pero en algo sí XDD Para aliviarte diré que lo tenía planeado desde que empecé y hay pruebas de ello en una de las visiones de María de capítulos anteriores :')
¡¡¡¡CRAAAAAAAAAAAAAAD~!!!! MI POBRE PERVERTIDO PEDOBEAR QUE SE LO CARRRRRRRRGAN D: Normal que Cede quisiera ir a por él, a saber que le hacía a la pobre niña... por cierto, cambió mi opinión de Yaiway...cuando vi al lobo que casi ataca a Melissa dije: ¡¡¡¡AJÁ!!!! ¡¡¡SABIA QUE ERA MALA!!!! pero luego parece que la mujer no se empanó de nada y que quiero ayudarlos o_o según entendí ella controla al lobo, o se convierte en el lobo o su hermana es el lobo o lo que sea XDD Pero entonces por que el lobo intentaba atacar a Melissa? o_o wtf ahi me lié T_T
La cosa es que Yaiwei ahora me cae bien. Dejó de ser siniestra XDDD
VENGA, VA. ¡¡¡¡¡¡VAMOS CON LA COSA DEL PANTANO!!!!!! ok. No he podido evitar sentirme mal por ella, porque mis padres son como los suyos y entonces me identifiqué un poco y comprendí que se enfadase tanto y tal...PERO. PERO. PERO. PERO. PEEEEEEEEEEERO. No me parece que sus padres sean tan malos como ella los pinta D: A ver, que son unos quejicas con lo de que sea una señorita y tal (sigo sin entender por qué no puede besar a su prometido a parte del asco que seguramente causó al pobre Koren. quiza los padres estan enfadados porque ahora le tendran que pagar un psicólogo a koren...ains) Lo que quiero decir es que entiendo que ella se enfadase (yo tambien lo haria) y entiendo tooodo lo que le dijo a sus padres, sisi, todo me parece muy logico y razonable, PEEEEEERO. ME TOCA MUCHO LOS CATAPLINES CIERTO PUNTO QUE REMARCÓ AQUÍ LA SEÑORITA. Eso de buscar su propia satisfacción y felicidad ignorando a los demás¬¬ OK NIÑA, OK PA TI. Egoísta¬¬ ME REFIERO no es como si le estuvieran quitando su felicidad, jesús, que melodramática está la cosa del pantano (y no puede decir que es la regla PORQUE NO LE LLEGO 8D *aun lo recuerda*) si al final se va a casar con koren y lo sabe (en realidad NO se va a casar con el ¬¬ OBVIO que no, interrumpo yo misma en la boda si hace falta¬¬) pero ella piensa que si, así que el caso es...¿¿¿¿¿A QUE VIENE TANTO AJETREO CON TU SATISFACCIÓN MUJÉEEE????? Tienes un prometido que ganó el premio de macho cabrío ibérico...y se queja...¿y no se iba a ir en barco con el? ya no me acuerdo pero creo que si ¿no? Asi que va a dejar a sus padres atras D: ES QUE ME ESTRESA LA TÍA EST AKAGNBKNDGKJDBSNGJKBDSKFA
ECHÉ DE MENOS A SYNA. Y A FER. Y A KOREN. Y A GABRIELLE. Y A ELYBEL. Y AL MENDIGO RESHULÓN.
Me las piro~~ Y hazme el favor de subir pronto, NOOOO ME VALEN EXCUSAS. Si tal le sacas una foto a lo que tengas escrito y me la pasas¬¬
Att;
Fundadora y Fan Nº1 de KORIELLE♥(KorenxGabrielle), SynaForPresindent!, PAREJA DE BRUJOS♥(SynaxFer), Elybel, vuelve!, MendigoLikeABoss y ALaHogueraConLaCosaDelPantano(Inya).
Mi segunda vez comentado por aquí...
ResponderEliminarHa sido un muy buen capítulo, estás adelantando cosas de la historia. Espero que le saques partido a la historia de los brujos y a los brujos en sí, me parece que de ahí puedes sacar mucho.
¿Es cosa mía o Belinya ha estado un poco fuera de sí en este capítulo? No me esperaba para nada esa reacción, la veía más...mansa. No digo que me parezca mal, solo que creí que se resignaría, aún enfadada por dentro y aceptaría la riña. Me da un poco de miedo pensar que tiene planeado con eso de buscar su propio beneficio...Lamentablemente, no creo que le vaya nada bien con Koren si sigue besándolo repentinamente y haciendo cosas como esas. En realidad, no la veo capaz de ganarse el amor de Koren. Su afecto sí, ese ya lo tiene creo yo, pero si no lo hizo hasta ahora, no veo al chico enamorándose de ella. Lo siento por ella, pero así opino yo. Aunque sigue gustándome el personaje haha.
Melissa sigue siendo grande haha. Me gusta esta chica. Quiero ver más de su lado insolente, es divertido. Espero que no nos haya puesto a los terráqueos en peligro hahaha
Crad...sigo pensando lo mismo, lo veo plano.
Ya me intuía yo que era la madre de Gabrielle. Por el parecido físico y porque parecía muy interesada en el colgante y puesto que Gabrielle tiene la daga...
Ahora sí, quienes son los otros dos que quiere que Mel encuentre, ni idea. Pobre mujer. Al menos su hija está en buenas manos con Syna.
Se extrañó al dúo dinámico, Syna y Gabrielle. Sigo queriendo ver más de la evolución de su relación, son de los mejores personajes, junto con Mel y Koren. Y los más realistas.
No recuerdo si te lo dije, pero me gusta decir mis opiniones claramente, siento si ofendo en alguna cosa. Pero no soporto a Cede. La abuela me gusta, pero la niña me resulta insufrible. Demasiado dramática, estoy segura de que cometerá alguna estupidez y los pondrá a todos en peligro.
Una cuestión...si Melissa era de Italia...¿cómo es que se siente aliviada de que hablen español? Quiero decir, ella no debería entenderlo. Quizá me perdí algo..
Saludos (=