Miembros de la Séptima Estrella

lunes, 9 de enero de 2012

[L1] Capítulo 5: Recuerdos que vuelven y esperanzas que se van


Se miró en el espejo una vez más. No, aquello no iba con ella.
Lo primero: la falda, de color azul cielo y larga hasta los pies. ¿Cuánto tiempo hacía que no llevaba falda? Unos ochos años quizás. No lo recordaba muy bien. Ahora se encontraba extraña e incómoda sin sus vaqueros.
Luego estaba la blusa blanca. Al principio había creído que tenía un escote de vértigo, pero después había descubierto que, realmente, tenía que estar abierto, con los hombros al descubierto.
Y aún le quedaba una cosa por ponerse, que descansaba sobre la silla, esperando ser puesta. Lo miró con recelo. Era una especie de corsé para abrocharse encima de la blusa. Tras unos segundos de intensas miradas, lo cogió bruscamente y abrió la puerta del baño, asomando su cabeza tímidamente.
Yaiwey —llamó.
No está —le contestó una voz que Melissa enseguida reconoció. Fue entonces cuando se percató de que él estaba sentado en el alféizar de la ventana—. Ha ido con Cede al mercado. ¿Qué quieres?
Melissa maldijo por lo bajo. No podría haber tenido peor suerte.
Nada, tenía algunos problemas con el traje, pero da igual —respondió agarrando el corsé fuertemente con la mano izquierda. Sintió una punzada de dolor y recordó la caída. No pudo evitar gemir levemente.
Crad frunció el ceño.
¿Qué pasa?
Melissa se mordió la lengua.
Nada, nada. —Vio que no la creía en absoluto—. De verdad.
Crad se encogió de hombros y siguió mirando por la ventana, ausente. Pasaron unos segundos hasta que Melissa decidió entrar en la habitación y cerrar la puerta del baño tras de sí. Caminó hacia Crad hasta que sólo un metro los separaba. Se quedó quieta, de pie. Sabía que Crad había advertido su cercana presencia, pero la estaba ignorando.
Al final, cogió una silla, la arrastró hasta colocarla delante del joven y se sentó en ella, con el corsé sobre las piernas y los brazos cruzados en el pecho.
Crad la miró interrogante. Esperó a que hablara, paciente.
¿Por qué les has mentido? —preguntó Melissa, sin rodeos.
Hubo unos momentos de silencio que a Melissa le parecieron eternos. Examinó la reacción de Crad. Pero este seguía impasible.
¿Qué es un orfanato?
La pregunta sorprendió a Melissa. El recuerdo de todos aquellos años la golpeó con fuerza, y tuvo que esforzarse para que los ojos no se le humedecieran. Ella nunca había llorado, y no lo iba a hacer entonces.
Yo pregunté antes —le contestó ella, copiando su inexpresividad.
Pues entonces no te respondo —terminó Crad volviéndose de nuevo hacia la ventana.
Estúpido.
Nada. Melissa se extrañó. Antes Crad no era así. Observó cómo sus ojos miraban el exterior, buscando algo en concreto. Un mechón de pelo le cayó sobre sus ojos marrones, y se lo quitó rápidamente con la mano. Ni eso le desvió de su búsqueda.
Un orfanato —bufó Melissa resignada, atrayendo la mirada curiosa de Crad— es una casa donde habitan los niños huérfanos de padres. Allí trabaja gente que cuida de ellos, y a veces viene gente a adoptarlos. Eligen a un niño, se lo llevan a casa y lo crían como si fuera su propio hijo.
¿Y os cuidan bien? —siguió preguntando.
Melissa se mordió el labio inferior.
Depende de quién se encargue —le explicó—. Como en todos los sitios, hay gente buena y otra que tiene otros ideales de educación.
¿Por qué estaban teniendo esa conversación? En cierto modo, Melissa se estaba descubriendo a sí misma. Se había prometido que sería una habitante más de Anielle, y que su pasado ya no existía para ella. Pero respondiendo a aquellas preguntas, su propósito corría un grave peligro.
Entonces Crad fue bajando la mirada hasta la cintura de Melissa. Ella se sonrojó sin poder evitarlo. De repente, rompiendo el tenso silencio que se había formado entre ellos y la expresión insensible que mostraban ambos, Crad rió. Melissa frunció el ceño y se enojó rápidamente.
¿Y ahora qué te pasa? —preguntó alzando la voz.
Crad la miró con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.
Se ve que no sueles vestir de chica —dijo inesperadamente— ¿De verdad que no eres un chico?
Al principio, Melissa no lo entendió. Pero luego, cuando bajó la vista y vio el corsé, se puso roja como un tomate. Fulminó a Crad con la mirada.
Eres un imbécil —le dijo mientras le brillaban los ojos de forma amenazadora.
Se levantó de la silla —que se estrelló contra el suelo del empuje— y dio grandes y sonoras calzadas hasta salir de aquella habitación, donde Crad aún reía. Se sorprendió al toparse con Yaiwey y Cede, que justo entraban en la casa con una cesta cada una. Al ver la expresión enfurecida de Melissa, Yaiwey dejó la cesta en el suelo y se acercó corriendo hacia ella.
¿Qué te ocurre, querida? —le preguntó inmediatamente—. ¿Qué te ha hecho ahora?
Nada —bufó Melissa, sabiendo a quién se refería sin necesidad de más explicaciones. No tenía ganas de hablar.
Yaiwey echó un vistazo al interpelado, que seguía riéndose sentado en el alféizar de la ventana. Lo fulminó con la mirada y volvió la cabeza hacia Melissa. Tras unos segundos mirándola de arriba a abajo, descubrió el corsé en su mano. Sonrió.
¿Que no te lo sabes poner? —preguntó Yaiwey amablemente.
No... —murmuró Melissa, agradeciendo que Yaiwey cambiara el tema de conversación.
Las risas se alejaron. Crad se había encerrado en el baño. Ninguna de las tres le hizo el más mínimo caso.
Tranquila, que yo te ayudo —se ofreció generosamente, quitándole el corsé de la mano.
Dio la enorme casualidad de que Melissa tenía la prenda cogida con la mano izquierda, y cuando Yaiwey se la quitó, ella tuvo que hacer un gesto extraño, por lo que un dolor atroz se le vino encima.
Cede, que la había estado observando todo el tiempo, vio su mueca de dolor.
¿Es que te has roto la mano? —preguntó.
Melissa la miró, adoptando una sonrisa de agradecimiento.
No es nada, de verdad...
No le dio tiempo a añadir nada más, pues Yaiwey ya le había cogido su mano y la investigaba concienzudamente. Mostró una expresión asombrada tras varios segundos de pleno silencio. Miró a Melissa, con ambas cejas arqueadas.
¿Cuánto tiempo hace que te duele?
Pues... —¿Cuánto tiempo hacía? ¿Dos horas? ¿Tres? No lo sabía—. Unas dos horas quizás...
Te la has roto —informó Yaiwey enseguida—. Ven, que te la curo.


Syna caminaba sin rumbo alguno, esquivando a toda la gente que pasaba por la calle. Algunos se volvían a observarla mejor. Sus ojos los dejaban mudos. Otros, en cambio, pasaban de largo, ignorándola con cierto sentimiento de desprecio. Pero a ella todo aquello le daba absolutamente igual. Su mente estaba demasiado ocupada asimilando lo que acababa de ocurrirle.
Los recuerdos de cuando era una niña indefensa volvían a su memoria. Los había creído perdidos, pero al parecer, estos no querían ser olvidados.

¡Por ahí! —gritaba un guardia—. ¡La he visto, se ha escondido en aquel callejón!
Sabía que se refería a mí, por lo que corrí como si no hubiera mañana hacia la dirección contraria. Tarde o temprano me iban a encontrar; lo había asimilado desde hacía tiempo.
Zigzagueé por entre las oscuras y tenebrosas calles. Había conseguido esconderme tras unos barriles durante toda la noche. Faltaban unos minutos para el amanecer cuando me encontraron. Yo, al ser más pequeña que ellos, pude escurrirme y salir pitando hacia ninguna dirección en concreto. Sabía que sólo me quedaba aquella salida. Correr.
Si me paraba a pensar, era deprimente que estuviera en aquella situación el día de mi noveno cumpleaños. Pero la vida que me había sido otorgada consistía en aquello: huir de las autoridades, mentir sobre mi origen y vivir en pésimas condiciones. Todo hubiera sido más fácil si...
No quise pensar en ello. Estaba en una situación peliaguda, y necesitaba concentrarme y utilizar los cinco sentidos —seis, si también contaba mi pequeño don—. El instinto hizo que siguiera un determinado camino. Nunca lo había recorrido, pero no había tiempo para estrategias. Mi limitada mente infantil no podía hacer grandes esfuerzos mientras mi corazón oprimía a los otros órganos de tan alterado que estaba.
Terminé en un callejón sin salida. Me detuve, al borde de las lágrimas.
«Ante todo, sé fuerte, mi pequeña».
Las palabras de mi madre volvieron a mi memoria. Logré oír los pasos de los guardias que se acercaban. ¿Estaba perdida? No. Aún me quedaba una cosa por intentar.
Apreté los puños con fuerza, cerré los ojos y me concentré. Sabía que no podría lograrlo estando tan nerviosa, por eso intenté calmarme lo antes posible. Parecía que lo lograba. Aquella sensación recorría mi cuerpo de arriba a abajo, proporcionándome un sentimiento de poder indescriptible. Sentía que mi interior explotaba. Eso se sentía eufórico al ser liberado por fin. Y es que nunca me había atrevido a mostrar mi otra parte.
Pero entonces una extraña debilidad nubló mis sentidos. Mis rodillas empezaban a temblar, amenazando con doblarse. Abrí los ojos y dejé de concentrarme. Intenté anular todo el poder que había liberado, pero este me había dejado demasiado débil. Había abusado de él, y aquello no era bueno en alguien tan inexperta y pequeña como yo.
Con las últimas fuerzas que me quedaban, intenté llegar hasta el portal de una puerta. Allí podría ocultarme si los guardias llegaban.
En el momento en el que me apoyé en la puerta, pude sentir la presencia de uno de los hombres que me buscaban. No sabía si había logrado verme o no; el caso es que se acercaba.
Mis alientos eran desesperados, por mucho que me esforzara por hacerlos silenciosos. Tenía la tentación de tirarme en el suelo, pero mi alma me lo impedía. Esta se aferraba a la vida más que nunca, sufriendo a su vez.
Él estaba cerca. Lo percibía. Me arrebujé contra la esquina, pero las esperanzas de sobrevivir se escapaban por momentos. Las respiraciones pausadas de aquel enorme hombretón ya estaban cerca. Podía oler incluso su sed de sangre. Qué lástima. Posiblemente pensaba que servir a un señor que se había autoproclamado gobernador le haría feliz.
Los primeros rayos de luz provenientes del cielo —que ya empezaba a clarear— me dieron en la cara. Los observé, maravillada. Disfruté de aquel momento como nunca antes lo había hecho, pues estaba segura de que sería la última vez que viera la luz.
Y entonces la puerta sobre la que estaba apoyada se abrió de sopetón, y una mano me tiró hacia atrás, llevándome al interior de la casa. Yo, con lo débil que estaba, caí al suelo, desfallecida. Pequeños puntos de colores causados por la cegadora luz de la estrella me ayudaron a no poder observar con claridad qué ocurría ante mis ojos. Por eso me sorprendí al sentir una gota de líquido estrellarse contra mi tobillo. Miré en esa dirección y descubrí un pequeño punto rojo que se corría hacia abajo lentamente.
Sangre.
Dirigí mi mirada hacia el guardia; estaba muerto en el suelo, con un cuchillo sobresaliéndole del pecho. Fue entonces cuando se me ocurrió investigar a aquel que me había salvado la vida.
Era un hombre de cabellos negros y ojos del color del cielo. Me sonreía.
No supe por qué, pero adiviné quién era. ¿Instinto? ¿Mi sexto don? Ni idea. Lo único que sentí a continuación fue una inmensa paz y confianza. No cabía duda de que había llegado a mi hogar.
Y luego, me desmayé.

Frustrada, se dirigió hacia una esquina y golpeó su puño contra la pared de piedra de una casa. Los recuerdos la mataban por dentro, golpeando sus entrañas y haciendo que se sintiera confusa y débil.


El fuego de la chimenea era cálido, cosa que Melissa agradeció, dado el frío que hacía fuera. Había descubierto que, aunque durante el día el ambiente era primaveral, en la noche las temperaturas disminuían notablemente.
En aquel momento, le estaba haciendo un par de trenzas a Cede. Esta se había acomodado en el suelo y sonreía con gran felicidad. Yaiwey intentaba aprender a hacer aquel extraño peinado, observando con curiosidad. Crad tenía la vista fija en el fuego, sentado sobre una butaca roja, ausente a todo lo demás y perdido en sus propios pensamientos. Tan sólo el crispar de las chispas rompía el silencio sepulcral de la estancia.
Al fin, Melissa terminó de hacer las trenzas. Cede cogió un espejo que tenía preparado en la mesa, ante ella. Sonrió aún más al ver el resultado. Luego, se volvió hacia Melissa y la abrazó con fuerza y cariño. Ella le devolvió el abrazo, agradecida. Hacía muy poco tiempo que se conocían, pero ya se habían encariñado y no podían separarse la una de la otra.
Un extraño instinto condujo su mirada hacia la posición que ocupaba Crad. Pudo observar, con sorpresa, que este las estaba mirando y... ¿aquello era una sonrisa? ¿Estaba sonriendo? No pudo averiguarlo del todo, pues él enseguida adoptó la misma expresión indiferente de siempre y desvió la mirada de nuevo hacia la chimenea.
Cede —llamó Yaiwey—. ¿Puedes ir a buscar mi libro, por favor?
Ya voy yo —irrumpió Crad, levantándose ya de la butaca.
¡No! —exclamó Cede—. Me lo ha dicho a mí —indicó señalándose a sí misma con el dedo índice.
Pero si tú no llegas a la estantería —contestó él encaminándose hacia la habitación de al lado.
¡Mentira! —gritó Cede echando a correr para avanzar a Crad.
Ambos salieron del salón entre empujones y gritos.
Hermanos... —murmuró Yaiwey observando la puerta, ahora solitaria—. Se quieren, pero a veces no dejan de discutir.
Melissa dirigió su atónita mirada hacia la anciana.
¿Son hermanos? —preguntó.
Oh, por supuesto, querida —le respondió ella—. ¿Es que no lo sabías?
Melissa negó con la cabeza encogiéndose de hombros. ¿Cómo iba a saberlo si nadie se lo había dicho? Pero una tremenda duda asoló su mente.
¿Y sus padres?
Yaiwey clavó su mirada en el suelo, melancólica, y Melissa pudo observar una cierta sombra de tristeza en su rostro.
Sinceramente, no lo sé —dijo sin moverse ni un centímetro—. Los encontré hará unos seis años, cuando Cede apenas tenía dos y Crad once. Estaban en una calle, muertos de hambre y frío. Crad abrazaba a Cede amorosamente, y enseguida supe que eran hermanos. Los acogí en casa, pero ellos nunca me quisieron decir dónde estaban sus padres ni qué los había llevado a aquel estado. —Posó sus verdes ojos en los azules de Melissa, e intentó que su expresión fuera la misma de siempre—. De todos modos, si ellos no querían contármelo, no les iba a obligar.
Melissa asintió, pero su conciencia estaba lejos de allí. Intentaba imaginarse a un Crad débil y sucio, tirado en una calle sin ningún arma ni esa expresión de valentía que poseía. Pero no pudo. Era algo demasiado terrible como para que ella lo pudiera soportar.
Fue entonces cuando Cede entró en la sala, con un grueso libro en sus brazos y una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro. A su espalda caminaba Crad.
La niña dejó el libro sobre la mesa, y bostezó instantáneamente. Sin poder evitarlo, Melissa también lo hizo, sentada en el sofá.
Deberías irte a dormir —le dijo Yaiwey a Cede mientras le frotaba la mejilla. Luego miró a Melissa con una sonrisa cómplice—. Y creo que tú también. Hoy ha sido un día duro para ti.
Ella asintió. Estaba completamente de acuerdo.


Una luz blanca y pura se filtraba por la ventana de la habitación, acariciando el rostro de una Melissa con la expresión cansada y ojerosa. Su camisón era suave y cálido, su cama mullida y cómoda, y la habitación sencilla y acogedora. Aún así, no había manera de pegar ojo. Habían pasado horas, y ella seguía igual. Resoplando, se incorporó y posó sus descalzos pies sobre el frío suelo de madera.


Está decidido —dijo Crad—. Tengo que irme ya.
Miraba el cielo estrellado a través de la ventana, con las palmas de las manos sobre su cuero cabelludo. Yaiwey seguía sentada en su butaca, con el libro sobre sus rodillas.
Pero acabas de llegar —se quejó. Por su tono de voz se podía adivinar que llevaba un tiempo insistiendo.
Crad la miró fijamente.
No puedo perder tiempo —explicó—. Me han avisado de que unos miembros de la Séptima Estrella que habitan al sur de Herielle necesitan ayuda con las autoridades. Mi deber es ir allí.
¡Pero Cede se pondrá muy triste si te vas ahora! —exclamó Yaiwey con preocupación.
No puedo hacer nada más —se excusó Crad.
Yaiwey se quedó callada, mirando a Crad con un rostro que no mostraba expresión alguna, lo que inquietó un poco a Crad. Siempre había sentido curiosidad hacia los pensamientos de esa anciana que había actuado como una madre para su hermana y para él, sin nunca importarle.
¿Y Melissa? —preguntó de repente—. ¿Qué pasa con ella?
El rostro de Crad se endureció, y desvió la mirada de nuevo hacia el exterior.
Se quedará aquí, con vosotras —decidió.
Sabes que nunca lo aceptará.
No tiene más remedio. Si se viene conmigo no sobreviviría. Es demasiado débil.
El silencio reinó en la estancia. Crad supuso que Yaiwey ya no iba a añadir nada más, por lo que se dirigió hacia las escaleras para subir al piso superior y preparar sus cosas. Su sorpresa fue grande cuando se encontró a una sombra sentada en el último escalón. La blanquecina luz del astro que se alzaba en el cielo le permitió ver unos ojos azules y penetrantes. Se quedó mudo, observando la expresión de la joven. No sabía con certeza qué era lo que mostraba esta, pues era indescriptible.
En el piso inferior, Yaiwey ya se había acercado para observar la escena. Lo había previsto con antelación.
Quiero ir contigo —dijo Melissa de repente, serena y seria a la vez—. Llévame contigo al sur, Crad.

9 comentarios:

  1. Sigo pensando que Melissa está loca, ¿por qué demonios se quiere ir al sur con Crad?
    Crad es malo al reírse de que ella no sabía ponerse el corsé aunque la verdad yo también me reí, pobrecita!!! xD
    ¿Aquellos eran los recuerdos de Syna verdad? Ella si me da pena, tiene que ser horrible pasar por eso, aunque me quedé alucinada con lo que tiene un don, yo quiero saber cual es!!! A saber cuanto tendré que esperar para saberlo...
    Vale ya me demostraste que Crad no es viejo, si ahora Cede tiene 8 (me pareció leer, vete tú a saber si se lo inventó mi mente) y cuando Yaiwey (me aprendí el nombre :D) se los encontró Cede tenía casi 2 y Crad 11, Crad le lleva 9 años o así, Crad tiene 16 o 17, depende de si Cede tenía o no los 2 años :) A que soy inteligente!!
    Y algo que por fin se aclaró, Esos dos son hermanos!!
    Bueno esto era lo que quería comunicarte xD
    Bss (no se si te he dicho que me encanta, pero me encanta :D )

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mmmm... No sé en qué capítulo está la actuación del don de Syna... Pero aún así, nadie sabe todavía cuál es (solo yo, MUAHAHAHAHHAHAHAHA).
      Oooooh, matemáticas^^ Sí que eres inteligente, sí (si ahora mismo no estuviera a punto de explotarme el cerebro por culpa de las mates, te aplaudiría aún más TT). Más adelante pondré los años que Crad tiene exactamente, por si hay gente que no ha hecho las operaciones xDD

      :'DDDDDDDDDDDDDDDDD Soy muy emotiva, te aviso. Enseguida me emociono... MUCHAS GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
      No sé si lo habrás visto, pero... ¡ME PUSE AL DÍA EN TU HISTORIA!:DDDDD Cogí el móvil y me puse en modo contrabando...<33

      Eliminar
  2. :D al fin me puse a leer lo atrasado asi que espera comentarios mios en cada capitulo ;D
    alla voy :
    :o :ooooooooooooooooooo ME QUEDE ALUCINADA CON LO DEL DON DE SYNA *_* Yo quiero saber cual es .Adoro a Crad *_* xDDD no sabes lo que me reí con lo del corsé y su actitud indiferente es tan *BABAS* eso si yo ya le hubiera dado alguna torta XD melissa aguanta demasiado porque eso de que te llamen chico no sienta demasiado bien XD
    - CEDE ES TAN MONOSA *_* Enserio me encanta cuando quiere ir a coger el libro . Pero yo siempre tuve el presentimiento de que eran hermanos *_* MELISSA Y CRAD a la aventura *_* me encanta tengo ganas de seguir leyendo , es que me gusta tu forma de escribir tan limpia y detallada enserio ;D
    PD: No soy muy buena en mates , mentira soy malisima , vivan las humanidades ;D pero bueno el caso es que al fin se sabe la edad de Crad *_*
    PD2 : :( Pobre syna pero es que me encanta tanto esa mujer ;D
    A SEGUIR LEYENDO ;D

    ResponderEliminar
  3. OMG! perdona que no lo leyese antes u.u Me ha encantado! te superas con cada capítulo... como siempre has conseguido sacarme un sonrisa con esas escenas de humor (cuando Crad ve el corsé y se empieza a reír me ha matado) y me has dejado con unos ojos expectantes en el final del capítulo. Un besoo!

    ResponderEliminar
  4. ayyyyyyyyyyyy como me he enganchado a la historia........me encanta
    y adoro a Crad jajajaaj quiero sabes que mas va a pasar....esta to interesante xD y o del corse que bueno jajajajajj
    un besazo !!!

    ResponderEliminar
  5. acabo de leer hasta aquí.. mañana continuaré..creo que me va a costar ponerme al día..que hay muchos capitulos.. pero lo haré que me gusta mucho la historia, aunque te he de confensar que a ratos me resulta un poco insoportable la protagonista..no se, es que la veo como las típicas personas que te contestan borde sin ningún motivo (y eso lo odio) (pero que igual es impresión mia.. no se)

    Ya veré con el resto de los capitulos :)

    Un besoo

    ResponderEliminar
  6. ESO JODER, LLEVARLE AL SUR, CRAD, LLÉVALE.
    Ay, mi adicción por El Viaje De Melissa, está causando furor, y me gusta, es parecida a las otras novelas de fantasía, pero con algo diferente. Eso de que todas sean tipo de la Edad Media me aburre bastante, podrías inventar un propio mundo diferente a la Historia, es decir, sin formas semejantes a la Prehistoria, a Mesopotamia, a la Edad Media, eso está ya muy sobrevalorado.
    ¿Y qué decir del capítulo?
    Pues que me encanta, de verdad. Ay, Syna, cada vez sé más de ella y, me siento feliz xDD
    Además, no has tenido faltas, y eso te ha hecho mejorar :)
    Un beso.



    Raúl.

    ResponderEliminar
  7. *0* Oh, Mein Gott. ¡ESE FINAAAAAL! Love it *-* ¡Chica, cómo escribes!

    Me enamoré del final del capítulo. No sé porqué. Pero me encantó. *-*
    Y aún no puedo esperar más para que Syna vuelva a aparecer a_a ¡SYNA, VUELVE! Definitivo, estoy segurísima de que Syna se va a convertir en mi personaje favorito. <3

    ¡Ya no sé que más decir, porque me ha encantado! Y tengo sueño. xD No he dormido nadita estos días ;_;

    ¡Un beso, Ana, y perdón que mi comentario sea tan cortito! jajajajajaja

    ResponderEliminar

Muchísimas gracias por tu comentario :)