Miembros de la Séptima Estrella

viernes, 2 de agosto de 2013

[L1] Capítulo 29: El coleccionista de secretos

Hola, soy la señora tardona. Lo siento mucho, pero es que tengo la agenda muy ajetreada. ¡Si hoy me he despertado a las nueve y media expresamente solo para terminar este capítulo y subirlo! Apenas tengo tiempo, ni para leer ni para escribir. ¡Vivo estresada! Y ahora entran fiestas en mi pueblo, y luego en el otro, y luego en el otro. Pero no quiero contaros mi vida, solo deciros que últimamente este blog está muy a lo ueh, tardo 2, 3 meses en subir. :( Sorry...
A todo esto, este capítulo es un pelín largo.
Cuando tenga tiempo iré leyendo vuestros blogs para ponerme al día. :'(

Arrivederci! ¡Disfrutad el capítulo! ¡Es hora de que me vuelva a dormir! Zzzzzz...




¡Qué vergüenza! —exclamaba la señora De Sianse por tercera vez consecutiva—. ¡Ese no es el carácter de una dama!
El señor De Sianse estaba serio, mirando fijamente hacia la ventana y sentado en su butaca. Su mujer se encontraba acomodada en el sillón de al lado. Esta había dejado su taza de té sobre la mesita y no paraba de gritarle a su hija, Belinya de Sianse, que se mantenía de pie, con la cabeza baja y las manos cruzadas ante ella.
Pero Koren es mi prometido —murmuró Inya.
¡Pero no puedes besarle en un callejón, como una fulana! ¡Las habladurías que has levantado son enormes! ¡Ahora te has ganado una muy mala fama! ¿Qué va a ser de los Sianse? —seguía lamentándose su madre.
Inya comenzaba a ponerse nerviosa. No soportó callarse más y chilló:
¡Antes también hablaban! ¿Qué diferencia hay? ¡No puedo hacer nada sin que el pueblo se entere y hable! ¡No puedo quedarme siempre callada y sonreír! ¡A eso no lo considero vida! ¡A eso lo llamo condenarse a ser una estatua, una simple figura que camina y no siente! ¡Quiero ser yo!
¿Cómo puedes decir eso? —se escandalizó—. ¡Eres una dama! ¡Tu deber es preservar el honor de los Sianse!
¡Solo sabes hablar de deberes! ¡Hay más cosas además de eso! —contraatacaba ella.
¡Estás volviéndote muy contestona, jovencita! ¡Así no te irá bien en la vida!
No me puede ir peor ya... —musitó en voz muy baja.
¿Qué has dicho?
Nada.
Su madre se la quedó mirando, muy seria. Inya no soportaba sus ojos. Su rabia había ido creciendo a lo largo del tiempo, y ahora sentía que había estallado, y que si volvía a abrir la boca no podría controlarse.
Que sepas que estás castigada.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. La cara de la jovencita se enrojeció de puro enfado, y apretando los puños, tensó sus músculos.
¡No tienes derecho! —gritó, como jamás lo había hecho—. ¡Ni siquiera eres mi madre!
La mujer abrió mucho los ojos. Las palabras de Inya parecieron penetrar en lo más profundo de su ser.
No digas eso, Belinya...
¿Por qué no si es la verdad? —preguntó Inya, furiosa.
Porque eso también te influye a ti —aclaró. Pero en cuanto vio la expresión de dolor que Inya mostró, suspiró—. De verdad, Belinya. Esto no puede seguir así. Tienes que comportarte como una verdadera Sianse.
¡No quiero ser una Sianse si eso implica ser una esclava de la sociedad! ¡Es horrible! ¡A veces preferiría que no me hubierais adoptado!
Dicho esto, corrió hasta la puerta del salón, la abrió con brusquedad y se alejó por el pasillo del palacio, escuchando la voz de su madre llamándola a sus espaldas. Estaba furiosa, pero había soltado todo lo que se había guardado durante tanto tiempo. Se sentía liberada al fin, y esa sensación le gustó.
Después de aquello, se encerró con llave en su cuarto y se tiró sobre la cama, enterrando el rostro en su almohada. No sabía qué hacer a partir de entonces. Se sentía en un callejón sin salida, y la angustia la quemaba por dentro. Sabía que deseaba demasiadas cosas que tenía muy lejos de su alcance, y odiaba no poder encontrar una solución. Tenía conciencia de que aquello que le había dicho a su madre había sido cruel. Pero al fin y al cabo, era lo que pensaba. Y ya no pretendía ocultar nada de su interior. Ya no le importaba en absoluto lo que la gente le dijera. Decidió entonces que lo único que buscaría sería su propia satisfacción y felicidad. Lucharía por ello hasta el final, ignorando a los demás. Esa fue su promesa.

* * *

Hacía ya un rato que Melissa y aquella mujer estaban calladas. Melissa seguía sufriendo la claustrofobia, y jadeaba sin cesar, sintiendo cómo le faltaba el aire. Abrazandose las rodillas, cada vez se pegaba más a la puerta, como si pretendiese atravesarla. No dejaba de mirar el ventanuco de la pared de enfrente. Era la única comunicación con el exterior que había allí.
De repente, la mujer comenzó a murmurar algo demasiado bajo para que Melissa pudiese oírlo. Esta hizo un esfuerzo por entenderla, pero descubrió que simplemente se había dormido y estaba murmurando en sueños. Decidió dejarla en paz y seguir a lo suyo, pero la mujer se puso a gritar sin previo aviso:
¡Gabrielle! ¡Gabrielle! —chillaba—. ¡Corre!
Melissa se acercó a ella, asustada. Intentó despertarla zarandeándola, y descubrió que su piel estaba terriblemente seca. Tenía un tacto rugoso y duro, y le recordaba a la piel de un reptil. Al retirar la mano se dio cuenta, con sorpresa, que se había quedado con trozos de piel muerta de la mujer. Estaba tan desnutrida...
Súbitamente, la mujer lanzó un grito y se irguió, cogiendo a Melissa de los brazos y acercando mucho su rostro al de la joven. Melissa se sobresaltó. Tenía miedo, pues veía los ojos desorbitados de la mujer a menos de un palmo de los suyos.
¿Qué... qué ocurre? —preguntó Melissa con hilo de voz.
La mujer rompió a llorar sin razón aparente.
Gabrielle huyó —dijo entre lágrimas, con la respiración alterada y sin soltar a la joven.
¿Quién es Gabrielle? —siguió Melissa, intrigada.
Gabrielle es mi hija.
Y la mujer siguió llorando. Esta vez, sus manos ya no tuvieron más fuerza y soltaron a Melissa, dejando caer sus brazos como un peso muerto y apoyándose en la fría pared de piedra. Melissa la observaba con cierta compasión. No sabía qué debía hacer, o qué tendría que decir. No conocía a ninguna Gabrielle, pero creyó, por la reacción de la mujer, que estaba libre, fuera de aquel lugar. Por otro lado, también se planteó la idea de que no existiera tal chica, y que todo aquello era debido a la locura de la mujer. Aunque no supo decantarse por ninguna, siguió actuando como si creyese la primera.
¿Sabes dónde está? —preguntó en voz baja.
La mujer abrió los ojos y se enderezó de repente, sobresaltando de nuevo a la joven.
¡Oh, sí! —comenzó a exclamar—. ¡Sí, sí, sí, sí! ¡La última vez que la vi estaba en Digrin!
No parecía la misma, opinó Melissa. Antes estaba mucho más calmada y hablaba con serenidad. En aquel momento parecía que se le había ido la pinza completamente. Pero al menos sus respuestas parecían ciertas.
¿En Digrin?
¡Ah, sí! Ahora estamos en Herielle. A Digrin se llega en barco. Es un continente, una enorme isla donde casi siempre está el cielo nublado. ¡Bendito el día que se ve el sol! —terminó, alzando sus esqueléticas extremidades de forma teatral—. Todos decían que Gabrielle se parecía mucho a mí. Cuánto habrá crecido ya. ¡Debe ser toda una mujercita! No creo que su padre cuide de ella, pero estoy casi segura de que él sí que lo hará... Aunque no sea su hija. ¡Por eso no me preocupo! ¡Confío en él!
Unos golpes en la puerta asustaron a Melissa, que se volvió rápidamente, pues estaba de espaldas a ella. Del otro lado se oyó una voz varonil y grave que gritaba algo en la lengua de Gouverón, por lo que la joven no pudo entenderlo. La mujer rió por lo bajo. Ella la miró, interrogante.
Nos ha dicho que callemos —susurró—. Qué les importa a ellos si hablamos o no. Como si pudiésemos salir de aquí algún día.
Melissa sintió un escalofrío.
¿No hay ninguna forma de escapar? —preguntó, asustada.
Nadie ha logrado salir nunca, así que de momento no. Pero quién sabe. —Bajó la mirada hacia la bandolera de Melissa—. ¿Qué llevas ahí? Es raro que te hayan permitido llevar algo contigo.
La aludida miró su bandolera. Era cierto, a ella también le extrañaba. La abrió y tanteó lo que tenía dentro. Ya ni se acordaba. Solo estaba su cartera con un dinero inservible en aquel mundo, su cuaderno de dibujo, su estuche de pinturas y la cámara de fotos dentro de su funda. La mujer asomó la cabeza para ver todo aquello.
¿Son cosas de la Tierra?
Sí —respondió Melissa—. Pero sólo me servirá el cuaderno de dibujo y el estuche. Lo demás ya no lo voy a utilizar más...
¿No sabes volver a la Tierra? —preguntó la mujer, mirándola a los ojos.
No. ¿Tú sí? —dijo, sintiendo cómo una extraña sensación de alivio crecía en su interior.
Oh, sí. Pero no logro acordarme... Se vuelve igual que se va, se va igual que se vuelve. Sólo recuerdo eso. Debes hacer memoria de cómo llegaste a Anielle.
Simplemente caí y me di en la cabeza contra un árbol. Todo empezó a dar vueltas y cuando me di cuenta, ya estaba en Anielle —explicó Melissa, ansiosa por una respuesta.
Falta algo —objetó la mujer—. Te falta algo. Un detalle. Había algo más.
¿Cómo qué? —insistió Melissa, nerviosa.
¿Tienes ganas de volver?
Melissa calló y caviló. ¿Tenía ganas de volver? Ella había escapado del orfanato para tener independencia. Al principio había decidido que se estaba bien en Anielle. Allí jamás la encontrarían y podría ser libre de verdad. Pero entonces se dio cuenta de que, realmente, echaba de menos su mundo natal. Supuso que era lo mismo que cuando alguien se independiza de sus padres. Se va de casa, pero no olvida jamás los años que pasó en el hogar donde se crió.
—Sí... supongo que sí —respondió al fin—. Echo un poco de menos la Tierra.
Normal —dijo ella—. Yo también echo de menos mi casa. Era una casa grande y blanca, a las afueras de Lond, junto a un río hermoso. Un lugar muy agradable y tranquilo para vivir. Sus jardines eran muy coloridos. Recuerdo que había flores de todos los tipos y colores. Y los caminos empedrados, los bancos de mármol... Oh, todo era precioso.
Vaya —suspiró Melissa, asombrada ante tal belleza descrita.
Se hizo un nuevo silencio durante el cual ambas estaban absortas en los recuerdos de sus antiguos hogares.
Un sonido como de algo rasgándose rompió el silencio de la celda. Melissa volvió la mirada, extrañada, y descubrió que la mujer se había arrancado un trozo de tela de su vestido. Antes de poder preguntar qué estaba haciendo, le cogió su colgante y empezó a envolver la piedra con aquel trozo de tela.
¿Podrías hacerme un favor? —preguntó la mujer.
La joven asintió en la oscuridad, curiosa, y sin dejar de observar cómo envolvía su colgante.
Si sales de aquí... busca a Gabrielle y dile que la quiero, que todo irá bien y que tenga paciencia, que algún día descubrirá toda la verdad. —Hizo un nudo y soltó el colgante—. Y además, me gustaría que buscaras también a otra persona, y decirle que no la olvido y que la sigo queriendo. Es...
Sin previo aviso, la puerta de la celda se abrió con brusquedad. Afortunadamente, Melissa se encontraba junto a la mujer, así que no le dio. Sin haber pasado mucho rato, entró un hombre grueso y maloliente, con el rostro empapado de sudor y la suciedad pegándose a su cuerpo. Cogió a Melissa de un brazo y la levantó con una sola mano. Su fuerza era tal que la joven gimió de dolor. Aquel hombre le gritó algo a escasos centímetros de su rostro, echándole su pestilente aliento y salpicándola de saliva. Melissa se quedó donde estaba, mirando al guardia a los ojos y sin saber qué hacer o decir.
Pregunta que cómo te has quitado las cuerdas de las manos —saltó la mujer de repente.
El guardia oyó aquello y, sin soltar a Melissa, propinó varias patadas a la mujer con una terrible brutalidad. Melissa, al ver aquello, tiró del brazo del hombre con todas sus fuerzas, aún sabiendo que no obtendría resultado alguno, pues él era más fuerte.
¡No! ¡Déjala! —gritaba, sin dejar de tirar de él.
Al principio pareció dar resultado, porque el hombre dejó de darle patadas. Pero luego se volvió hacia ella y le apretó el brazo tan fuerte que Melissa sintió como si se le fuera a romper el hueso. Lo siguiente que vio fue un puño cerrado abalanzándose contra su rostro. Y finalmente, un dolor atroz en su lado izquierda de la cara, justo debajo del ojo. Había faltado poco para que diera de pleno en él. De repente, un sabor metálico inundó su boca. Escupió, asqueada, y descubrió que era sangre. Buscó desesperada el origen de la hemorragia y descubrió que, debido al golpe, se había herido la parte interna de la mejilla con un diente, además de un pequeño corte en la lengua.
Sin perder más tiempo, la sacó de allí a empujones y cerró la puerta de la celda nuevamente. Una vez fuera, la cogieron dos guardias nuevos, uno de cada brazo. Ambos eran muy altos y gruesos, y apestaban a sudor y tierra. Melissa no quiso mirarles a la cara. Se quedó con la vista clavada en el suelo y una furia que llenaba cada fibra de su cuerpo. En su mente se reflejaba un único pensamiento: quería salir de allí con Crad.
Los guardias la arrastraron hacia delante, conduciéndola por un laberinto de celdas. Melissa no quiso mirar a los presos. Mantuvo su cabeza gacha y el corazón encogido ante los lamentos que se oían. Había tanto sufrimiento allá abajo...
Subieron por unas escaleras de caracol, repletas de musgo y humedad. Melissa tampoco les hizo caso. Su ira simplemente siguió creciendo a cada paso.
Pasillos y más pasillos. Todo se reducía a eso. Ni siquiera había cuadros, tan solo simples paredes azules. Toda decoración había sido eliminada, haciendo el castillo más inhóspito de lo que ya era de por sí.
Pero algo ocurrió. Al final de un largo pasillo apareció una pequeña sala, en la cual colgaba un gran cuadro. Melissa alzó la vista al fin y observó cómo iban acercándose a él. Al parecer, la dirigían hacia allí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se fijó en las personas del retrato. Intuyó que eran reyes por sus elegantes ropajes y sus posturas orgullosas. El hombre estaba de pie, con un traje azul más semejante a los de principios del siglo XX, con hombreras y flecos dorados, un pantalón blanco y, en su pecho izquierdo, algunas medallas. Su sonrisa parecía gentil y amigable, transmitiendo así confianza. Su cabello era castaño oscuro y corto, y sus ojos del mismo color. La reina estaba sentada a su lado, en una gran silla de oro. Su tono de piel era casi enfermizo. Tenía una larga cabellera de un color entre castaño y rubio que caía ondulándose con gracia sobre su torso. Poseía una belleza sublime, casi inimaginable. Su tez, lisa y pálida, parecía esconder algo que la pintura no quería mostrar. Sus ojos claros brillaban de forma extraña; triste y feliz al mismo tiempo. Llevaba un largo vestido rojo bordado de espirales y motivos florales dorados. Sus manos descansaban sobre su regazo y su labios rosados se curvaban hacia arriba en una sonrisa melancólica. Todo el sentimiento que aquella mujer transmitía hizo estremecer entera a Melissa. Pero ya no pudo observar nada más, pues los guardias tiraban de ella hacia un nuevo pasillo.
El nuevo recorrido era el más oscuro de todos, y Melissa descubrió el porqué enseguida. No todas las velas de los costados del corredor estaban encendidas. Había algunas aleatorias que se encontraban apagadas, lo que sumía al lugar en la penumbra. De repente, los guardias se detuvieron, y la joven se percató de que habían llegado al final del trayecto; una gran puerta de hierro se alzaba ante ellos, imponente.
Adelante —habló una voz grave desde el otro lado.
Un hombre salió de entre las sombras, sorprendiendo a Melissa, que no lo había visto, y abrió la puerta que tan pesada parecía. Llevaba una especie de uniforme negro y una larga capa del mismo color, algo que llamó la atención a la joven, pues se esperaba a alguien con armadura y casco medievo.
Cuando la puerta estuvo lo suficientemente abierta como para que pudiesen pasar, la empujaron hacia dentro y la obligaron a caminar de nuevo. Lo primero que pensó Melissa al entrar en aquel lugar fue «frío». Pero no el frío de sensación, sino un frío más profundo, más intenso, más... interno.
La estancia era grande y el techo se encontraba a varios metros de altura. En los costados colgaban unas cortinas negras que cubrían la pared entera, impidiendo descubrir qué había allí. Además, unas gruesas columnas de piedra dividían la sala en tres pasillos. En el del centro, y por el que iban ellos, se encontraba una plataforma con escaleras que subían hasta llegar a un gran asiento; alguien estaba de pie allí, apoyando un brazo en el trono. Su rostro estaba semioculto en la oscuridad.
Los guardias siguieron arrastrando a Melissa hasta que se detuvieron justo en el centro del rectángulo de luz originado por un gran agujero en el techo por el cual entraban los rayos. En aquel entonces, el sol incidía directamente allí, por lo que Melissa adivinó que era mediodía.
Fue entonces cuando se dio cuenta de otra cosa. Sintió cómo algo se removía en su cuello y miró hacia abajo. Lo único que encontró fue su colgante, envuelto en las telas viejas de aquella mujer. Parecía estar vibrando como antes en la celda. La joven estuvo segura de que, de no estar cubierto, su luz azulada iluminaría toda la sala. Pero atando cabos, cayó en la cuenta de que si la piedra reaccionaba así era porque había un brujo allí.
Un agudo gemido llamó la atención de Melissa, que lo reconoció al instante. Seguidamente, unos pasos descalzos comenzaron a correr en la parte izquierda, muy cerca de la pared, medio ocultándose en las sombras. Aun así, la joven logró ver una pequeña figura de largo cabello oscuro que se alejaba entre las columnas. No quiso volver la cabeza más de lo necesario, además de que no le hubiera servido de nada, pues los corpulentos cuerpos de los guardias le impedían la visión. Lo último que se oyó fue la puerta de hierro abrirse y cerrarse de nuevo con un portazo. Y luego el silencio.
La misma voz grave que les había invitado a pasar, rompió aquel pesado silencio. Provenía de lo alto de la plataforma, justo de la persona que estaba de pie. Debido a que utilizó palabras en aquel idioma que Melissa desconocía, la joven se quedó mirando con expresión interrogante. La figura volvió a hablar, y aquella vez lo hizo en tono de pregunta. Pero Melissa no abrió la boca, sino que siguió mirando sin saber qué hacer o decir. Entonces, una segunda voz entró en escena, y aunque tampoco lograra descifrar sus palabras, supo enseguida a quién pertenecía. Cómo olvidar algo así. Ya de por sí, las voces de los elfos eran melodiosas y puras, y cuando hablaban no podías ignorarlos. Parecía que hablaban cantando, cautivando tus oídos y haciéndote sentir pequeño, muy pequeño. Pero aquella elfa tenía otro acento, uno tan seductor y misterioso al mismo tiempo que te hacía querer huir lejos de ella.
Giró la cabeza hacia la derecha, donde la elfa salía de detrás de la columna a la luz, dejando ver su esbelto y elegante cuerpo. Melissa se sorprendió al verla en aquellos ropajes. Había cambiado los atuendos típicos de los elfos por un traje ceñido de cuerpo entero negro, botas altas grises, un cinturón donde guardaba algunas dagas y una coraza que le cubría el pecho, pero sin privarlo de un pronunciado escote. Su largo cabello pelirrojo seguía igual de lustroso que siempre, ondulado hasta la cintura. Pero en aquella ocasión había retirado de su rostro cualquier mechón que pudiera interponerse en su visión con una diadema negra. Así, sus largas orejas puntiagudas quedaban perfectamente a la vista.
Cómo olvidarse de una figura tan llamativa como la de Senlya.
El hombre del trono y ella mantuvieron una breve conversación de la cual Melissa no pilló ni una sola palabra. Por eso cuando pudo entender una frase, se sintió aliviada.
Bien, entonces, visto lo visto, tendremos que hablar en la lengua rebelde.
Todos parecieron sorprenderse, incluso Senlya, que abrió mucho los ojos y miró hacia el trono. Los guardias que sujetaban a la joven la apretaron más fuerte durante un instante, como si hubieran tenido un impulso nervioso al mismo tiempo. Melissa, en cambio, estaba agradecida de no sentirse perdida al fin.
Pero señor... ¿cómo...? —habló Senlya, sin salir de su asombro.
¿Acaso no me veían capaz de aprender su lengua? —dijo el hombre del trono.
No, no es eso, señor... Pero resulta extraño puesto que ese idioma es un símbolo de rebelión... —se excusaba la elfa, nerviosa. Aquello sorprendió a Melissa, pues nunca la había visto de aquella forma. Siempre había creído que ella tenía un carácter fuerte y aires de superioridad. Pero en aquellos momentos no mostraba ninguna de las dos cosas.
¿Y qué más da eso? Ahora nos va bien, así que volvamos a lo importante. —Aunque no se le podía ver el rostro, por su movimiento se supo que miraba directamente a Melissa—. Si así nos entiendes, ¿podrías responder algunas preguntas?
Su tono de voz era irónicamente amable, algo que hizo rabiar a Melissa por dentro. ¿Aquél era el verdadero Gouverón? ¿Estaba ante el primo que consiguió matar al antiguo rey y quedarse con su trono? No se lo creía, puesto que solo veía a un hombre cualquiera que se le había subido el poder a la cabeza. Por ello, no abrió la boca. Simplemente lo observó con una mirada repleta de rabia.
¿No quieres hablar? —volvió a preguntar.
¿Qué quieres? —soltó Melissa, impaciente y sin un rastro de temor en su voz.
Senlya lanzó un suspiro que la joven entendió como un «estás muerta». En cambio, el hombre del trono rió, sorprendiendo a todos nuevamente, esa vez incluso a Melissa.
Me gustas, Melissa —dijo, una vez calmó sus risas—. Como veo que eres tan impaciente, lo voy a pedir sin rodeos. Básicamente estas aquí para que confieses dónde se encuentra la base de la Séptima Estrella.
Aquello la dejó atónita. ¿La base? ¿Acaso tenían una base? Nunca se había imaginado algo así, aunque entonces le pareció normal. Eran un grupo de gente que quería luchar contra Gouverón. Lo más sensato sería que tuvieran una base. Pero, por suerte o por desgracia, ella no conocía dicho lugar.
No lo sé —contestó, seria. No quiso aportar más información. Ni tenía ganas ni la necesitaban.
Sabes que no te conviene mentir, ¿verdad? —la avisó el interrogador.
No estoy mintiendo. No sé tantas cosas como crees.
Estaba furiosa. Ya de por sí tenía mal carácter, pero sumándole el estrés y la claustrofobia, este aumentaba. Además, los recuerdos de la historia de Crad eran recientes, y no dejaban de pasar por su mente, imaginándose al que tenía delante ordenar quemar su casa y matar a su familia. Le provocaba tal náusea que prefería no hablar demasiado.
De nuevo, Gouverón lanzó una risotada.
Siempre hacéis lo mismo, sois todos iguales —dijo, sonriendo maliciosamente—. Con lo fácil que sería responder adecuadamente y librarse del peso. Pero en fin, no hay más remedio que sacaros las cosas a la fuerza. No eres la primera tampoco.
Chasqueó los dedos y una nueva figura surgió de la oscuridad. Melissa pudo sentir cómo su sangre se le congelaba en las venas al reconocer al chico. Con el torso desnudo y las manos atadas ante él por unas esposas de hierro, fue arrastrado por un guardia peludo y feroz que portaba un gran látigo negro. El cuerpo del joven estaba salpicado de sangre y sudor, y soltó un gemido de dolor al caer de rodillas en el suelo. Melissa no tardó ni un segundo en darse cuenta de lo que pasaba.
¡Crad! —gritó instantáneamente al verlo. Se removió entre los brazos de los centinelas sin resultado alguno—. ¡CRAD! —gritó aún más fuerte, esperando una respuesta, pues su compañero tenía los ojos cerrados.
Tras llamarlo varias veces, Crad consiguió alzar la cabeza y abrir los ojos a Melissa.
Tranquila, estoy bien —le dijo con una sonrisa.
Melissa no era tan tonta como para no saber que mentía. Por su instinto protector, para que ella no se preocupara... No sabía el porqué, pero le dio rabia que se lo ocultara.
El chasquido del latigazo y el consiguiente gruñido resonó en la sala. Crad se desplomó cual largo era sobre el suelo con un grito de dolor, dejando a la vista de todos las cicatrices de su espalda. Melissa sintió cómo se le quebraba el corazón y se le revolvían las tripas.
¡¡NO!! ¡¡PARAD!! —gritó con todas sus fuerzas.
Una increíble fuerza afloró al exterior a causa de la ira, y la joven pudo liberarse de los guardias. Quiso avanzar hacia Crad, pero su pie tropezó con un bloque de piedra que sobresalía y terminó en el suelo, arrodillada. Todas las fuerzas milagrosas se le terminaron allí, en el frío suelo de piedra, en medio de los rayos de luz que se filtraban por el agujero del techo. Con la cabeza gacha, apretó los puños contra el suelo.
¿De qué te sirve esto? —preguntó, en un hilillo de voz, sin darse cuenta si quiera que lo decía. De repente, alzó la cabeza, decidida—. ¿Qué debo hacer?
No miró a Crad de nuevo; sabía que si lo hacía no podría pronunciar bien sus palabras.
Al parecer, la determinación de Melissa sorprendió a Gouverón.
Bueno, a mí me gustan los secretos. Y ahora me interesa el lugar de la base de la Séptima Estrella, algo que ninguno de los dos me ha querido confesar —objetó, dando vueltas por la plataforma de su trono, en el cual todavía no se había sentado.
Yo no conozco tal lugar. No sabía que existía hasta hace apenas unos minutos. Es posible que tú sepas más que yo, así que no sacarás nada preguntándome —contestó, siguiendo el recorrido de la sombra con la mirada.
Entonces no sirves para lo que quiero. —Se detuvo súbitamente y la observó—. ¿Quién ha dejado que lleves eso contigo?
Rugió unas palabras que Melissa no comprendió de nuevo, y enseguida sintió las grandes manos de los guardias sobre ella. Forcejeó y gritó; tardó en darse cuenta de que le estaban quitando la bandolera. Una vez despojada de ella, la dejaron en el suelo, atónita. Vaciaron la bandolera girándola del revés, dejando caer todo su interior. Sus lápices se desparramaron por el suelo, su cuaderno se abrió por una hoja en la cual había un dibujo de la puerta del orfanato y su cámara cayó originando un fuerte golpe.
¿Qué son esas cosas? —preguntó Gouverón, curioso.
Una idea cruzó la mente de Melissa. La meta de salvar a Crad no le dejó pensar en las consecuencias que podría conllevar las acciones que quería llevar a cabo.
Has dicho que te gustan los secretos —musitó, volviendo la mirada de nuevo hacia arriba—. Yo tengo un gran secreto. ¿Aceptarías lo que yo te contase a cambio de la liberación de Crad?
La joven vio, por el rabillo del ojo, cómo Crad alzaba levemente la cabeza y la observaba, interrogante. A pesar de ello, y consciente de que él se enteraría de toda la verdad de una forma poco adecuada, no quiso echarse atrás, y siguió con la mirada fija hacia arriba, decidida.
Entonces pasó algo extraño. De repente, un lobo grisáceo y negro saltó de la plataforma y se colocó ante ante ella, poniendo su morro a escasos centímetros de su rostro. Por un momento, Melissa sintió miedo ante lo que aquel lobo pudiera hacerle. Pero en cuanto le miró a los ojos, se quedó hipnotizada. Eran verdes, pero de un verde claro muy extraño. Un verde claro que había visto antes, en alguien... Alguien cariñoso que cuidaba de dos huérfanos.
Yaiwey.
Se preguntó por qué había ese parecido, aunque luego decidió dejarlo estar. Era una tontería. Aún así, tembló de terror en cuanto el lobo bajó la mirada a su pecho y empezó a gruñir. Ella sabía a qué gruñía: su colgante. Empezó a echar su cuerpo poco a poco hacia atrás, imaginándose al lobo abrir sus fauces y arrancarle el cuello de cuajo.
Déjala —bramó alguien.
El lobo miró a los ojos de Melissa de nuevo y luego se apartó bufando, como molesto. La joven se quedó patidifusa y con una sensación extraña en el cuerpo. De verdad que le recordaba mucho a Yaiwey.
¿Podría favorecerme más que conocer el lugar de la base? —preguntó Gouverón, retomando el anterior tema de conversación como si nada hubiera pasado.
Melissa tardó en volverse a calmar.
Sí —dijo sin embargo, con un fuerte tono de determinación.
Se lo pensó unos segundos antes de hablar de nuevo.
Está bien. Pero si no me parece bien, no lo cambiaré.
Lo sé —accedió Melissa. Luego respiró hondo. Seguía sintiendo los ojos de Crad puestos en ella, a la espera de escuchar lo que iba a decir—. Esas cosas que llevaba en mi bolsa no son de aquí. Yo... no soy de aquí. —No sabía cómo decirlo exactamente, y había bajado la mirada para sentirse menos intimidada—. Yo terminé en Anielle por accidente. Realmente vengo de un lugar lejano. De otro mundo.
Se hizo un silencio tan sólido que incluso podían oírse las motas de polvo caer en el suelo. Nadie dijo nada, algo que Melissa ya se esperaba. Se había dicho a sí misma que no la creerían, que la tratarían de loca o de mentirosa. Por eso se sorprendió al oír de nuevo la voz de Gouverón.
¿Cómo es ese mundo del que vienes?
Por un momento, la joven se sintió aliviada. Parecía haber conseguido la atención del gobernador y aquello podía significar la salvación de Crad. Pero por otro lado, empezó a ponerse nerviosa. ¿Cómo les explicaría cómo era la Tierra si no conocían los términos “electricidad”, “automóviles” u otros?
Bueno—empezó—, es muy distinto a Anielle. Sería difícil explicároslo. Allí hemos descubierto la electricidad, y ya no utilizamos caballos para desplazarnos, sino coches, que son unas máquinas que funcionan con un motor. —Miró a su alrededor y observó los rostros de Senlya y los guardias. Todos parecían confusos, y adivinó que no sabían de qué estaba hablando. No se atrevió a mirar a Crad ni una sola vez—. ¿Veis? Es difícil de entender.
No tanto como crees —saltó Gouverón de repente.
Todos alzaron la cabeza, pasmados.
De momento es interesante —prosiguió—. Has conseguido cautivarme. Pero no va a ser tan fácil. Debes mostrarnos el lugar donde apareciste. Si no nos lo demuestras, podríamos creer que estar mintiendo.
Aquello asustó a Melissa. Mostrar cómo llegar a su mundo... ¿Qué harían una vez allí? ¿Acaso había puesto en peligro a todos los terráqueos? Su visión del torturado Crad no le había dejado razonar. Pero ya estaba hecho, así que solo le quedaba una opción: seguir adelante.
Por supuesto. Os lo mostraré.

* * *

Aquella noche había una fuerte tormenta. Las gotas de lluvia se estrellaban contra los cristales de las ventanas y casi parecía que los fueran a romper.
Una anciana estaba sentada en la butaca, frente a la chimenea. Estaba haciendo una manta de lana mientras una niña jugaba con sus muñecas de trapo. De repente, la anciana paró y miró hacia una de las ventanas.
Cede, amor, ya es hora de que vayas a dormir —objetó.
La niña la miró haciendo morros.
Pero abuela... —se quejó.
La anciana sonrió.
Venga, que ya es demasiado tarde y mañana será otro día.
Al final, Cede accedió. Arrastrando los pies, se dirigió a su habitación. Una vez Yaiwey oyó la puerta cerrarse, se levantó de su butaca y dejó su labor sobre la mesita. Caminó hasta la puerta de su casa y la abrió. Una fuerte ventisca la empujó hacia atrás unos centímetros, y varias gotas de agua le chocaron contra la piel como si fueran cuchillas. Justo después de que un chico entrara corriendo en la casa, Yaiwey cerró la puerta de nuevo.
¿Qué ocurre, Deisen? —preguntó inmediatamente al nuevo.
El interpelado apoyaba las manos sobre sus rodillas e hiperventilaba. Había luchado contra los fuertes vientos de la tormenta para llegar hasta allí, y necesitaba recobrar el aliento. Pero una vez lo tuvo medio controlado, se irguió y miró fijamente a Yaiwey.
Se trata de Cradwerajan —informó— y de la chica que iba con él. Los dos han sido cogidos por los guerreros de Gouverón.
La anciana lo miró fijamente y, por primera vez, mostró un sentimiento en su expresión. Las arrugas incrementaron y sus ojos se abrieron con sorpresa. La preocupación se marcaba en cada ángulo de su rostro. Además, Deisen pudo ver cómo sus puños se cerraban con fuerza.
¿Cuándo fue? ¿Dónde los capturaron?
Su voz también había cambiado. Había sonado quebrada y como pronunciada con esfuerzo. Deisen pasó la mano por su corto cabello pelirrojo claro, haciendo memoria.
Hace unos días, en las afueras de Rihem —informó.
Yaiwey asintió sin decir nada.
Gracias por venir aquí a comunicármelo.
¿Va a intervenir? —preguntó el chico, bajando la voz de repente.
La anciana suspiró, abatida.
Sí. No puedo dejarlos a la merced de Gouverón.
Deisen también suspiró.
Lo entiendo. Pero después de tanto tiempo, ¿sabrá hacerlo bien?
No hay tiempo para entrenarse, solo puedo esperar que salga bien. —Colocó una mano sobre el picaporte de la puerta principal y sonrió a Deisen—. Además, tampoco hace tanto, ¿recuerdas?
El chico le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza. Seguidamente, se dirigió a la puerta para enfrentarse de nuevo a la tormenta.
Ten cuidado. Y gracias de nuevo —dijo Yaiwey.
No tiene que agradecerme nada. Se lo debo —contestó Deisen, sereno—. Usted me salvó la vida una vez.
Yaiwey elevó las comisuras de sus labios en una nueva sonrisa sincera. Abrió la puerta y el joven chico se precipitó al exterior rápidamente. Una vez estuvo fuera, la anciana cerró la puerta de un empujón y se quedó allí, sin moverse.
Te dije que fueras a dormir —dijo sin girarse.
Tenemos que ir —habló una voz a su espalda.
Yaiwey suspiró.
Esta noche no podemos —decía mientras se volvía hacia la niña—. Además, tú tampoco podrías venir.
Cede estaba de pie, con los puños cerrados. Temblaba por la alta presencia de ira y terror de su interior. Su mirada parecía echar chispas, y su boca luchaba por contener los gritos de desesperación que deseaban salir al exterior. Además, en su barbilla habían aparecido pequeñas arrugas, al igual que pliegues en su frente.
¡Pero no es justo! —chilló de repente—. ¡No hay tiempo que perder!
No podemos ir a ningún sitio con este tiempo. Aunque lo intentásemos, saldríamos malparadas y no les serviría de nada —intentó hacerla razonar.
¡¿Y QUÉ?! —se alteró Cede—. ¡Es una emergencia! ¡Y si tú no quieres ir ya iré yo!
¡No puedes hacer eso, Cede! ¡Podría pasarte algo por el camino! ¿Y entonces qué? ¡Ya no podrías salvarlos! ¡Cradwerajan no querría que te ocurriese nada!
¡Me da igual lo que querría o no! ¡Es mi hermano!
Pequeñas lágrimas comenzaron a bajarle por las mejillas. Corrió hacia la puerta, hacia donde estaba Yaiwey, y la empujó para intentar apartarla. Quería salir al exterior, quería ir a buscar a su hermano.
Cede, para. Es peligroso. Solo empeoraría más la situación —le decía Yaiwey, intentando sujetarla.
¡No, déjame! ¡Quiero ir en su busca! ¡Tanto Cradwerajan como Melissa necesitan que vayamos! ¡Tenemos que salvarlos a los dos! —repetía una y otra vez.
Pero algo ocurrió. Cede comenzó a sentirse cansada de repente, y los párpados le empezaron a pesar. Todo su cuerpo cayó muerto y se durmió sin que nada pudiese hacer. Yaiwey la sujetó antes de que se diera contra el suelo.
Lo siento —dijo, mirándola con cierta tristeza—. No podía hacer otra cosa.
La llevó en brazos hasta su habitación y la tumbó en la cama. La arropó con todo el amor de una abuela hacia su nieta y, tras pensárselo varias veces, colocó dos dedos sobre su frente. Cede frunció el ceño y comenzó a gemir en sueños, pero Yaiwey no se detuvo. Cuando la anciana retiró sus dedos, la niña ya se había calmado y volvía a dormir plácidamente. En un suspiro, Yaiwey se dio la vuelta y se dirigió a la cocina.
Una vez allí, se agachó en el suelo. Tanteó con la mano las baldosas hasta que encontró una que pudo levantar. Allí había un hueco, del cual sacó un objeto. Sin perder más tiempo, se levantó y caminó hasta la mesa.
El objeto era una caja de bronce, en cuya tapa había el grabado de media cabeza de lobo. Yaiwey pasó los dedos por el dibujo, con cierta melancolía. Al final abrió la caja y sacó de ella un collar de cadena de plata con una perla verde completamente redonda y rodeada de un anillo plateado. Lo alzó ante sus ojos y sujetó la perla con la mano, para poder observarla mejor.

Ha llegado la hora —murmuró—. Te necesito de nuevo.

2 comentarios:

  1. Oh my gosh. TE PERDONO QUE NO SALGA SYNA porque el capítulo ha sido muy interesante y me he enterado de un montón de cosas nuevas de la trama y me encanta*-* ¡¡¡¡¡¡¡¡SABÍA QUE ERA LA MADRE DE GABRIELLE!!!!!! ¡AJÁ! WTF A ver, si mis teorías conspiranóicas son correctas, la madre se refiere a que el mendigo reshulón está cuidando de Gabri aunque no sea su hija...y la otra persona a la que sigue queriendo...¿Syna? Yo estoy por decir que es Syna. Creo que la madre de Gabri debió casarse o algo con el padre de Syna y aún la quiere aunque no sea exactamente su hija o algo ò____ó ¿¿¿¿ESTOY EN LO CIERTO?????
    Sí. Sé que a este punto del comentario has llegado a una conclusión. Una conclusión terrible. Y te preguntas, con algo de pánico: ¿Aún no dice nada de Inya? BIEN. BIEN. Tú tranquila, TÚ ESPERA, que ya llegaremos a eso y va a ser muy divertido 8) *<---no es como si fuera una sonrisa psicópata. PARA NADA*

    WTF Ana, hay cierta escena en este capítulo que se parece un poco a una escena futura de Corazón de Fuego. Lo digo por si en un futuro la lees y te quedas como: What? esto me suena¬¬ y no te alarmes, no es que se parezca mucho, pero en algo sí XDD Para aliviarte diré que lo tenía planeado desde que empecé y hay pruebas de ello en una de las visiones de María de capítulos anteriores :')

    ¡¡¡¡CRAAAAAAAAAAAAAAD~!!!! MI POBRE PERVERTIDO PEDOBEAR QUE SE LO CARRRRRRRRGAN D: Normal que Cede quisiera ir a por él, a saber que le hacía a la pobre niña... por cierto, cambió mi opinión de Yaiway...cuando vi al lobo que casi ataca a Melissa dije: ¡¡¡¡AJÁ!!!! ¡¡¡SABIA QUE ERA MALA!!!! pero luego parece que la mujer no se empanó de nada y que quiero ayudarlos o_o según entendí ella controla al lobo, o se convierte en el lobo o su hermana es el lobo o lo que sea XDD Pero entonces por que el lobo intentaba atacar a Melissa? o_o wtf ahi me lié T_T
    La cosa es que Yaiwei ahora me cae bien. Dejó de ser siniestra XDDD

    VENGA, VA. ¡¡¡¡¡¡VAMOS CON LA COSA DEL PANTANO!!!!!! ok. No he podido evitar sentirme mal por ella, porque mis padres son como los suyos y entonces me identifiqué un poco y comprendí que se enfadase tanto y tal...PERO. PERO. PERO. PERO. PEEEEEEEEEEERO. No me parece que sus padres sean tan malos como ella los pinta D: A ver, que son unos quejicas con lo de que sea una señorita y tal (sigo sin entender por qué no puede besar a su prometido a parte del asco que seguramente causó al pobre Koren. quiza los padres estan enfadados porque ahora le tendran que pagar un psicólogo a koren...ains) Lo que quiero decir es que entiendo que ella se enfadase (yo tambien lo haria) y entiendo tooodo lo que le dijo a sus padres, sisi, todo me parece muy logico y razonable, PEEEEEERO. ME TOCA MUCHO LOS CATAPLINES CIERTO PUNTO QUE REMARCÓ AQUÍ LA SEÑORITA. Eso de buscar su propia satisfacción y felicidad ignorando a los demás¬¬ OK NIÑA, OK PA TI. Egoísta¬¬ ME REFIERO no es como si le estuvieran quitando su felicidad, jesús, que melodramática está la cosa del pantano (y no puede decir que es la regla PORQUE NO LE LLEGO 8D *aun lo recuerda*) si al final se va a casar con koren y lo sabe (en realidad NO se va a casar con el ¬¬ OBVIO que no, interrumpo yo misma en la boda si hace falta¬¬) pero ella piensa que si, así que el caso es...¿¿¿¿¿A QUE VIENE TANTO AJETREO CON TU SATISFACCIÓN MUJÉEEE????? Tienes un prometido que ganó el premio de macho cabrío ibérico...y se queja...¿y no se iba a ir en barco con el? ya no me acuerdo pero creo que si ¿no? Asi que va a dejar a sus padres atras D: ES QUE ME ESTRESA LA TÍA EST AKAGNBKNDGKJDBSNGJKBDSKFA

    ECHÉ DE MENOS A SYNA. Y A FER. Y A KOREN. Y A GABRIELLE. Y A ELYBEL. Y AL MENDIGO RESHULÓN.

    Me las piro~~ Y hazme el favor de subir pronto, NOOOO ME VALEN EXCUSAS. Si tal le sacas una foto a lo que tengas escrito y me la pasas¬¬

    Att;
    Fundadora y Fan Nº1 de KORIELLE♥(KorenxGabrielle), SynaForPresindent!, PAREJA DE BRUJOS♥(SynaxFer), Elybel, vuelve!, MendigoLikeABoss y ALaHogueraConLaCosaDelPantano(Inya).

    ResponderEliminar
  2. Mi segunda vez comentado por aquí...
    Ha sido un muy buen capítulo, estás adelantando cosas de la historia. Espero que le saques partido a la historia de los brujos y a los brujos en sí, me parece que de ahí puedes sacar mucho.
    ¿Es cosa mía o Belinya ha estado un poco fuera de sí en este capítulo? No me esperaba para nada esa reacción, la veía más...mansa. No digo que me parezca mal, solo que creí que se resignaría, aún enfadada por dentro y aceptaría la riña. Me da un poco de miedo pensar que tiene planeado con eso de buscar su propio beneficio...Lamentablemente, no creo que le vaya nada bien con Koren si sigue besándolo repentinamente y haciendo cosas como esas. En realidad, no la veo capaz de ganarse el amor de Koren. Su afecto sí, ese ya lo tiene creo yo, pero si no lo hizo hasta ahora, no veo al chico enamorándose de ella. Lo siento por ella, pero así opino yo. Aunque sigue gustándome el personaje haha.
    Melissa sigue siendo grande haha. Me gusta esta chica. Quiero ver más de su lado insolente, es divertido. Espero que no nos haya puesto a los terráqueos en peligro hahaha
    Crad...sigo pensando lo mismo, lo veo plano.
    Ya me intuía yo que era la madre de Gabrielle. Por el parecido físico y porque parecía muy interesada en el colgante y puesto que Gabrielle tiene la daga...
    Ahora sí, quienes son los otros dos que quiere que Mel encuentre, ni idea. Pobre mujer. Al menos su hija está en buenas manos con Syna.
    Se extrañó al dúo dinámico, Syna y Gabrielle. Sigo queriendo ver más de la evolución de su relación, son de los mejores personajes, junto con Mel y Koren. Y los más realistas.
    No recuerdo si te lo dije, pero me gusta decir mis opiniones claramente, siento si ofendo en alguna cosa. Pero no soporto a Cede. La abuela me gusta, pero la niña me resulta insufrible. Demasiado dramática, estoy segura de que cometerá alguna estupidez y los pondrá a todos en peligro.
    Una cuestión...si Melissa era de Italia...¿cómo es que se siente aliviada de que hablen español? Quiero decir, ella no debería entenderlo. Quizá me perdí algo..
    Saludos (=

    ResponderEliminar

Muchísimas gracias por tu comentario :)