Miembros de la Séptima Estrella

jueves, 13 de septiembre de 2012

Primer premio del concurso 50&5000 [RELATOS]

¡Buenos días! ¡Buenas tardes! ¡Buenas noches!

Aquí está Ana para anunciar quién es el ganador o ganadora del primer premio del concurso 50&5000. La verdad es que estoy muy contenta con los relatos recibidos porque me ha gustado mucho el esfuerzo que habéis empleado. Y AQUÍ VA EL ESPERADO GANADOR SUPREMO:


EL PRIMER PREMIO ES PARA...
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*MÚSICA DE SUSPENSE*
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*MÁS MÚSICA DE SUSPENSE*
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*TAMBORES*
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¡¡¡MAKEUP YOUR MIND!!!


¡¡Enhorabuena!!
¿Que por qué te he entregado el primer premio, Makeup? PORQUE HE LLORADO COMO UN GRIFO ABIERTO. CACHO LAGRIMONES QUE ME CAÍAN. Una maravillosa historia de amor prohibido. Un fantástico protagonista. Un emotivo final. A mi gusto, lo tiene todo. Me ha encantado cada frase que leía, y la conexión que Makeup ha establecido entre la Tierra, Anielle, el cielo y el infierno ha sido un puntazo. Te metes tanto en la piel del protagonista que sientes exactamente lo mismo que él (al menos eso me ha pasado a mí). Y vuelvo a decir: ¡¡¡UN FINAL PRECIOSO!!! Oh, por dios, es MARAVILLOSO. Aquí lo dejo:




EL ÁNGEL CAÍDO



Las calles de París aparecían mojadas, aquella mañana. Los adoquines cubiertos de una ligera capa de barro y arenisca, que se desplazaban movidos por el agua. Las gotitas de lluvia con su perfecta forma de lágrima repiqueteaban contra el suelo de piedras grises, produciendo un soniquete constante y repetitivo, aunque a mucha gente parecía agradarle, a mí en particular me resultaba de lo más monótono. Además había tenido que ir a llevarle aquel trabajo a mi profesora de literatura, Lourdes, dado que hasta el último momento no había podido terminarlo, y me fastidiaba tener que guardarlo dentro de mi abrigo para que este no acabara empapado.
Miré el reloj de pulsera que llevaba en la muñeca, para comprobar que todavía me sobraba tiempo. Suspiré aliviada. Aún podía parar a tomar un café. Me relamí, pensando en aquel espumeante líquido que me calentaría la tripa. Sí, definitivamente, pararía a tomar un café. Después de todo, Lourdes había esperado ya bastante, podría esperar un poco más, ¿no?
Miré en derredor, intentando localizar algún bar o cafetería próxima a mí. En París abundaban, por lo que no sería muy difícil de encontrar.
Entrecerré los ojos, observando los carteles de aquella callejuela. La tarea resultaba un tanto complicada, dado que llevaba las gafas metidas en el bolso y de lejos no veía un pimiento. ¡Ajá! ¡Te encontré! Una sonrisilla se dibujó en las comisuras de mis labios.
Tony’s. Citaba con letras marrones en un cartelito que colgaba delante de local.
Aparté la puerta con delicadeza y escuché el tintineo de una campanita, como en las tiendas de antigüedades. Me gustó aquel sonido.
Cerré el paraguas negro, que llevaba conmigo, y entré con paso firme, mientras me apartaba un mechón mojado de la cara.
La camarera, una mujer regordeta, de cabellos grisáceos, me sonrió y me invitó con un ademán a sentarme en la mesa de mi izquierda.
Le devolví la sonrisa y me recosté contra el mullido respaldo de mi asiento.
Suspiré al sentir el reconfortante aroma del chocolate caliente y el café en el aire.
Me abrí el abrigo con lentitud, para que no se me cayera el trabajo que había enganchado al forro de éste con clips – algo poco convencional, pero efectivo-.
- ¿Desea tomar algo? – preguntó aquella misma camarera, con una voz dulce como la melaza.
- Un capuchino, por favor. – respondí, mientras colocaba el trabajo sobre la mesa.
Sentía las manos heladas, como dos témpanos de hielo, y tuve que frotarlas entre sí, para desentumecerlas.
- ¿Hace frío afuera? - pareció curiosa, dado que seguramente con la temperatura tan reconfortante de dentro no se había percatado de la gélida brisa matutina.
- Un poco. – asentí y le devolví la sonrisa cuando esta se marchó.
Me mordí una uña con gesto ausente, mientras contemplaba el lugar con ojos curiosos. Resultaba bastante acogedor y además me quedaba cerca de ‘L’arc de triumph’, por el que – como la mayoría de los franceses - tenía que pasar a diario.
De pronto mi vista se posó en el envoltorio que cubría mi trabajo. Sentí un hormigueo en la boca del estómago. ¿Lo habría corregido bien? ¿Le agradaría a Lourdes? Sabía que era una profesora con un criterio bastante elevado, así que no sabía si podría entusiasmarla mi manera de escribir.
Cerré los ojos un momento, intentando aclararme las ideas. Sacudí la cabeza repetidas veces y volví a abrirlos.
Bah, eran nervios absurdos. Lo que estaba hecho estaba hecho y no había marcha atrás.
Sin embargo, aquel hormigueo persistía y comencé a inquietarme. Mis dedos repiqueteaban contra la mesa en un gesto propio del nerviosismo.
- ¿Te ocurre algo? – escuché como una tímida voz me preguntaba.
- ¿Eh? – redirigí mi vista hacia la chica que me había hablado.
Era una muchacha joven, de mi edad seguramente, aunque puede que un poco menos, debido a lo bajita que era. Tenía una sonrisa cordial en sus rosáceos labios y los ojos de un agradable color verde, en el que se atinaba a ver un pequeño círculo de color dorado cerca de la pupila. Todo en ella parecía ser gentil y amigable, como una niña pequeña e inocente a la que por impulso protegerías. Sin embargo Gabrielle no estaba tan indefensa como parecía.
Por experiencia sabía que si se lo proponía podía tumbar a hombres que la doblaban en estatura de un simple empujón y que sabía manejar una pequeña daga, como si fuera una extensión de su propio brazo. Aquello era – como poco - curiosamente llamativo. Pero, de alguna forma, en Gabrielle cualquier cosa que indicara violencia parecería extraña.
- ¿Qué haces tú por aquí? – abrí los ojos como platos, cogida por sorpresa.
La chica sonrió más extensamente y se sentó junto a mí, ocupando el lugar que había en frente mía.
- Siempre vengo a Tony’s. – se encogió de hombros, restándole importancia - ¿Y tú? ¿No deberías estar con Lourdes? – levantó una ceja con acritud.
- Aún es temprano. – hice un gesto con la mano, incitándole a cambiar de tema, pero no me hizo ningún caso.
- ¡¿Entonces tienes aquí el trabajo?! – pegó un bote en su asiento, eufórica.
Solté un bufido y lo saqué de su bolsa de plástico, en la lo había mantenido hasta entonces.
Gabrielle empezó a dar palmaditas, entusiasmada. Cosa extraña. Por muy pequeña y “mona” que aparentara ser, no era tan infantil. Solté una risita.
Su entusiasmo se debía a que llevaba semanas dándole la tabarra con lo importante que era ese trabajo para mí.
- Bueno, no sé si te gustará… - empecé a decir, mientras la observaba, con aspereza, aunque antes de poder terminar la frase ella me lo había arrancado de las manos.
- Oh, me encantan las historias de ángeles. – farfulló, apartando la primera página, en la que podía leerse el título en letras negras.
Finalmente, al ver como sus ojos comenzaban a devorar el contenido, me rendí.
- ¿Te importaría que lo leyéramos juntas? – sus ojos se levantaron rápidamente del trabajo, con inquietud – Quiero repasarlo una vez más. – me acerqué a ella.
- Como quieras. Pero no me cortes el rollo mientras leo. – me apuntó con su delgado dedo índice.
Hice una cruz sobre mi pecho, consiguiendo que soltara una risilla.
Me acercó el texto para que pudiéramos verlo las dos de forma cómoda.
Suspiré y comencé a leer:

Dicen que hace mucho, muchísimo tiempo, cayó un ángel del cielo. Dicen que sus plumas se incendiaron, ardiendo en mil lenguas de fuego, con el olor salubre de quien ha perdido su alma. Dicen que se la vendió al mismo Diablo, que desafió al mismísimo Dios y que este lo condenó al descenso. Dicen que se le arrebató su inmortalidad. Dicen, que fue por el amor de una mujer.
Lo que las historias nunca dicen es el nombre de aquella mujer, ni el por qué un ángel podría haber desafiado a los cielos por ella, ni siquiera, entre los susurros que cuentan a veces su historia, se oye el nombre del ángel, dado que la gente, temerosa, lo rehúye.
Pero esta historia, mi propia historia, no tratará sobre lo que la gente dice, sino de lo que sucedió el día en que Miguel posó los ojos sobre Anya, y sobre lo que se desencadenó después…

`` El Cielo es un lugar sagrado Miguel, reservado para los puros. Y tú ya no lo eres. ´´

Desde las alturas, los ojos del ángel observaban todo con indiferencia. Lo cierto era que poco podía haber en el mundo de los mortales que captara su atención. Mirara dónde mirase, había destrucción, caos y desigualdad. Llevaba siglos observando aquel planeta agonizante, no obstante, el tiempo no pasaba igual para él que para el resto de la humanidad.
Miguel podía dormir durante un milenio o podía permanecer despierto durante décadas, sin cansarse jamás.
Sin embargo aquella mañana algo cambió. Él lo notó. Había un sabor extraño en el ambiente, un regusto dulzón, como la ambrosía, que jamás había notado. Incluso el aire, que hacía ondear levemente sus delicadas plumas, parecía aquel día cargado de una estática extraña. Estaba pasando algo extraño. Como si el universo se estuviera preparando para lo que sucedería.
Los ojos de Miguel, de aquel color demasiado azul, como el fondo de un océano, llenos de luz, como pequeñas constelaciones, siguieron observando Anielle detenidamente, en busca de algo. No supo bien el qué, hasta que la vio. Pero la estaba buscando.
Caminaba descalza por las calles de una ciudadela llamada Rihem, observando todo con anhelo. Sus cabellos castaños revoloteaban por su rostro, movidos por el viento, como si la estuvieran acariciando. Tenía la ligereza de una pluma y la mirada de un pajarillo. Los ojos, grandes y curiosos, de un precioso color miel, que hacía parecer los del resto de la gente burdos y carentes de vida. Era diminuta y parecía tan delicada como la primera hoja en caer con la llegada del otoño. Pero sin duda, Miguel vio algo más en ella que sus sutiles movimientos, su mirada angelical o su tímida sonrisa. Él pudo ver dentro de ella y lo que vio lo encandiló. No había maldad dentro de aquella muchacha, no había avaricia ni había prejuicios. Era dulce como un terrón de azúcar e inteligente como un lince. Tenía que serlo, puesto que vivir en las calles de Rihem era una misión de vida o muerte si no precisabas de dinero. A pesar de que aquella muchacha parecía no tener la suerte precisamente de su parte, el ángel pudo oír como todas las noches rezaba, rogándole al Señor que cuidara del hombre que la había ayudado a conseguir un mendrugo de pan aquel día, de aquella mujer que le había sonreído al tropezar con ella en la calle, de la pareja a la que había estado contemplando por la mañana y que parecía que iban a traer un niño al mundo. Pedía por los demás y agradecía poder vivir y alimentarse gracias a la generosidad de la gente, un día más.
Día tras día él la contemplaba. Cada vez con mayor detenimiento, con mayor deseo; como si fuera un ciego que había visto por primera vez la luz del Sol.
Al poco tiempo descubrió su nombre. Arya. Saberlo para él fue casi tan magnífico, como la sensación que había experimentado el día en que la descubrió.
Así pasaron los años y aquella muchacha se convirtió en una mujer. Una mujer muy hermosa, que le habría quitado el aliento a cualquier mortal. Una mujer cuyos movimientos incitaban a los hombres a pecar de pensamiento. Y aquello casi enloquecía a Miguel. Pues sabía que tarde o temprano, Arya posaría los ojos en alguien y dejaría de ser suya, dejaría de pertenecerle, aunque solo fuera en sus pensamientos. Si intentaba imaginarla yaciendo con otro, teniendo hijos con otro, viviendo con otro... no podía soportarlo.
Pero Arya seguía su vida con total naturalidad, nunca prestaba atención a aquellos hombres que la perseguían con sus miradas, nunca mostró interés por ninguno, simplemente les sonreía si alguno la quería ayudar o les daba charla si ellos intentaban hablarle.
Hasta que un día, algo pasó en el camino de Arya. Un hombre – seguramente del ejército del gobernador de aquella zona, a juzgar por su armadura – demasiado borracho, atrapó a la muchacha y abusó de ella con brutalidad.
Miguel sintió tanta furia dentro de él, tanto dolor incontenible, que estuvo a punto de saltar desde los cielos y rebanar la cabeza de aquel tipo con su espada de fuego celestial.
Pero no podía hacerlo, aquello estaba prohibido y si el Señor se enteraba, lo expulsaría del Edén, y aquello ni siquiera podría soportarlo por Arya. Porque cuando ella envejeciera y finalmente muriera, iría allí y quizá entonces, pudieran estar juntos – al menos él albergaba aquella esperanza -, no obstante, si él abandonaba el Paraíso, sería condenado a la mortalidad, quizá incluso al Infierno, junto al Diablo, y entonces, ¿qué sería de él? No, ni siquiera podía renunciar a sus alas por Arya.
Así que siguió mirándola, como hasta entonces, aunque supo que algo dentro de él no se conformaría con mirar eternamente.
Arya vagó, llorando, humillada, por las calles de Rihem, mientras la lluvia le empapaba el cuerpo desnudo y los harapos que habían sido antes su ropa.
Vagó toda la noche, como un alma en pena, hasta encontrar una iglesia. Y allí se puso a rezar.
Miguel dudó por un instante. Esperaba que algo hubiera cambiado en Arya, que su sufrimiento se hubiera transformado en cólera, que en sus plegarias pidiera justicia contra aquel soldado. Por ese mismo motivo se sorprendió al oír su oración.
La joven pedía clemencia, clemencia por aquel hombre que la había violado. Pedía que el Todopoderoso lo perdonara por sus actos, dado que en su aliento había notado el olor del licor y sabía que si hubiera estado sobrio no habría actuado de aquel modo.
El ángel estaba al corriente de que ese hombre lo habría hecho de todos modos, que era un inmoral, que su alma estaba podrida.
Pero Arya aún así pidió perdón. Pidió perdón por haber sido tomada por un desconocido, pidió perdón porque ya no estaba inmaculada.
Por último dedicó como siempre algún pensamiento hacia la gente buena que la rodeaba y dio gracias por seguir con vida. ¡Dio gracias!
El ángel abrió desmesuradamente sus ojos y se dejó caer de rodillas allí donde estaba. Jamás hubiera imaginado hasta que punto Arya podría ser bondadosa.
Y, por primera vez, a lo largo de toda su existencia, Miguel lloró. Lloró por aquella chica que aún en las peores situaciones seguía adelante, lloró por lo que aquel ser brutal le había arrebatado y lloró por no poder estar junto a ella para consolarla.
Sus lágrimas se transformaron en perfectas gotas de lluvia y su dolor cubrió los cielos de negro.
Arya desde el mundo de los mortales pudo sentir la tristeza de Miguel, pudo por un instante, saber que alguien había escuchado su plegaria. Y sonrió, complacida.
A partir de entonces los días comenzaron a parecerle eternos a Miguel, que se debatía en una ardua batalla en su interior, en la que se mezclaban la necesidad de estar con Arya, junto con la razón que le decía que esperara, que pronto podrían estarlo. Su anhelo, por desgracia, iba creciendo, ganándole terreno a la cordura. Veía el tiempo pasar, y se daba cuenta de que pronto Arya dejaría de ser joven y bella, y él habría perdido su oportunidad de conquistarla.
Hasta que un día no pudo más. Su cabeza al fin se serenó y con una determinación de acero decidió que había llegado la hora, que debía partir al mundo de los vivos, para reunirse con ella. Porque, ¿para qué quería la eternidad si no podía disfrutar de una vida a su lado?
Colocó su espada entre sus hombros, envuelta en la única vaina que podía retener su poder y moviendo sus alas con ligereza comenzó el descenso.
Se sintió como si durante un instante, chocara contra un cristal, una sensación de frío que lo envolvió y que finalmente cedió contra su peso, fragmentándose en mil y un pedacitos diminutos. Su cuerpo se encontró entonces sobre la superficie de tierra de una calle. Al principio se sintió desorientado, pero luego la reconoció, debido a la cantidad de veces que había visto pasar a Arya por ella. Si seguía caminando hacia delante, encontraría el lugar donde Arya se ocultaba del resto del mundo.
Suspiró y replegó sus alas. Por suerte no había nadie allí que le hubiera observado. No obstante, Miguel sintió un extraño escozor en la nuca, como si alguien lo estuviera taladrando con la mirada, acusadoramente. Seguramente fuera la culpa lo que lo estaba carcomiendo. Lo que no podía imaginar era que dos seres lo estaban contemplando realmente. Ambos tan opuestos como el día de la noche, como el bien del mal. Un ángel caído y el Señor, desde el propio Paraíso.
Cuando por fin llegó hasta el escondrijo donde vivía Arya, tenía los pies cansados y había empezado a llover copiosamente, empapándole aquellos cabellos del color del oro o del cabello de ángel, propiamente dicho. Tocó con dedos temblorosos la puerta de madera que lo separaba de ella.
Escuchó con atención como resonaban los pasos de la muchacha, la cual estaba sorprendida de recibir visita alguna. El corazón en el pecho de Miguel redoblaba, enloquecido, mientras la puerta chirriaba y se abría lentamente. Allí, ante él, se encontraba Arya.
La joven podría haberse asustado, dado que Miguel parecía perturbado ante su deslumbrante belleza. Podría haberle mirado curiosa o incluso furiosa, dado que había interrumpido en su hogar a altas horas de la noche. Pero si hubiera reaccionado así, ésta sería otra historia.
Arya únicamente lo miró, deleitándose al observar aquellos dos pozos azules que tenía el ángel por ojos. Sonrió, feliz, como hasta entonces nunca lo había sido. Había creído ser afortunada hasta entonces, pero al contemplarle, supo que había estado sufriendo, sufriendo como una condenada, por no conocerle, no poder tener a Miguel a su lado. << ¿Quieres pasar? >> murmuró, cogiéndole de la mano, indicándole a aquel extraño que entrara con ella. Él asintió y se dejó transportar junto a Arya, al interior de aquel hogar. Sencillo, con una única estancia, con una cama en su centro y una pequeña cocina en una esquina… o lo que podría ser una cocina. No le importó. Estaba con Arya.
Pasaron la noche juntos, entre caricias y besos que Arya no le había dado nunca a nadie hasta entonces, entre palabras preciosas y sentimientos encontrados. Entre las sábanas de aquella cama, como si no hubiera un mañana que pudiera inquietarlos.
Sus cuerpos encajados como si hubieran sido creados para aquello, conociéndose repentinamente el uno al otro, y a la vez como si se conocieran de toda una vida. Inseparables.
Y así pasaron muchas más noches, una tras otra, Arya y Miguel se exploraban el uno al otro, amándose como ningún mortal había podido amar hasta entonces. Dos almas iguales y a la vez completamente distintas, como el hielo y el fuego. La esencia inmortal del ángel y la frágil belleza de la humana.
Pasaron los años y Arya comenzó a envejecer. Sus cabellos mostraban franjas de color gris perlado, se formaban arruguitas alrededor de sus ojos, sus curvas perdieron firmeza y los achaques propios de la edad comenzaron. No obstante Miguel seguía igual. Siempre con su deslumbrante perfección, sus ojos perturbadores y su eterna juventud.
Arya se daba cuenta de que el ángel nunca moriría y ella sí, y aquello la entristecía, pues confiaba en que se verían en el “otro lado”, pero no soportaba ver como Miguel debía ayudarla a levantarse si tropezaba, debía soportar la miradas curiosas de la gente cuando la besaba en público, cómo ya las noches no eran tan largas como antes, cómo ella se quedaba dormida siempre antes que él. Debía soportar la vida de una mujer que no podía hacerle feliz. Y así, día tras día, Arya se daba cuenta de que aquello no podía seguir así. Porque por aquel entonces podría tener unos cincuenta años, como mucho, pero ¿qué pasaría cuando tuviera sesenta? ¿Y ochenta? No quería hacerle pasar a Miguel por aquello. Lo amaba demasiado para ello. Él era su razón de ser y si él no era feliz, ella tampoco podía serlo.
Una noche, a principio de verano, sucedió algo. Su propio Dios se le presentó en un sueño. Éste le dijo a Arya que debía morir ya, que su tiempo se había acabado y su vida llegaba a su fin. Que el alma que la componía debía viajar, al más allá y abandonar la mortalidad.
<< ¿Y qué pasará con Miguel? >> preguntó Arya, con lágrimas en los ojos, aunque con una fría determinación.
<< Miguel debe volver al Edén, debe proteger el mundo de los puros con su espada, debe librar la batalla contra el mal. Le necesito. >> respondió el Señor con una voz que no era una voz exactamente, sino como el sonido de una inmensa cascada.
<< ¿Cómo he de hacerlo? ¿Cómo abandonar el mundo de los vivos y… a Miguel? >> preguntó ella.
<< Debo advertírtelo, no podrás ir al cielo ni al infierno. Quien comparte la vida de un ángel posee parte de su inmortalidad y al combinarse con la propia inmortalidad de tu alma, te sumirá en el limbo, sin estar jamás del todo viva ni del todo muerta. >> Puede que Arya se lo imaginara, pero percibió cierta tristeza en la voz de Dios.
Se lo planteó un instante y asintió. Había sido tan feliz durante aquel tiempo que había sido como una eternidad para ella, que no podía imaginar nada comparable a aquello, ni siquiera el propio cielo sería suficiente para compararse con la sola presencia de Miguel a su lado cada noche. Lo entendía. La gente sufría mucho en aquel mundo y por ello debía disfrutar del descanso eterno; pero ella había sido más feliz que cualquier otra persona, absolutamente feliz. Por eso ahora llegaba su tiempo de transición o de penuria - aunque no creía que fuera a dolerle -. Su “limbo”.
La mano del Señor descendió hasta ella y su dedo índice le rozó la frente. Todo desapareció a su alrededor y sintió como la vida se escapaba entre sus dedos.
Miguel despertó sobresaltado, sudado, en su cama. Había sentido algo en su pecho, una sensación familiar, como cuando se encontraba en presencia de Él.
Abrazó a Arya, que se encontraba a su lado, laxa, sobre las sábanas. Entonces se dio cuenta. Estaba fría, vacía. Ya no “brillaba” como siempre.
Aterrado la atrajo hacia sí y la observó. Estaba pálida e inmóvil. Estaba muerta. Lo sabía. Gritó, aterrado, ante la idea. Luego lloró, lloró sobre el cadáver de su amada Arya. Lloró hasta que ya no pudo hacerlo más, hasta que las lágrimas se resistieron a salir de sus ojos. Besó a la hermosa Arya, que ya no estaba allí. Un suave roce de sus labios. Estaban fríos, como todo en ella. Su corazón se rompió en su pecho, estallando, como el cristal hecho añicos. No podía creerlo. No quería creerlo.
- Arya, Arya, Arya… - susurró acunándola en su regazo – Arya, Arya, Arya
Pasó tres días con el cuerpo de la mujer en brazos, sin querer separarse de ella, por si regresaba, por si se obraba un milagro. Pero nada sucedió.
Alzó la vista lentamente, decidido a volver al cielo y encontrarla. Tan bella como siempre. Entonces lo vio. Nadie más lo habría visto, pero claro, él era un ángel. Una pequeña marca, en forma de estrella, justo sobre la frente. La marca.
Sintió como se retorcía algo dentro de él, supurando de dolor. Él lo había traicionado, la había matado. Lo odió. Sabía que estaba mal, que nadie podía odiar al Todopoderoso, pero él lo hizo. Y su alma se tornó oscura. Un mero reflejo de lo hermosa que había sido unos instantes antes.
Un brillo acerado iluminó sus ojos. No. No era a Dios a quien debía ir a ver. Sino al mismo Diablo.
Miguel descendió, a través de la lava de un volcán. Era inmortal, por lo que esto no lo mató, aunque sintió el dolor de su piel al ser calcinada. No gritó. Aquel era el precio a pagar por entrar en el Inframundo. Aquel dolor le sabía a poco en comparación con la negrura que sentía dentro de sí, al haber perdido a Arya.
Como esperaba el ángel caído lo recibió, lo estaba esperando. En otra ocasión habría procurado no mirarle, pero no tenía nada que perder – ya le había arrebatado todo cuanto había querido -, por lo que clavó sus azules ojos en los dos pozos negros que tenía por ojos el Diablo, sin vacilar.
- Sé lo que quieres. – siseó el Señor del Mal – y yo te lo puedo dar. – sus ojos se clavaron el cuerpo sin vida de Arya – Pero, ¿vale la pena? Es un precio muy caro por una simple criatura.
Miguel sabía que aquel ser estaba jugando con él, que conocía la respuesta y que solo intentaba divertirse.
- Sí, lo que sea, a cambio de la vida de Arya. Quiero que vuelva a la vida. – casi gruñó al hablar.
- Tú alma. – contestó el Diablo, tajante, sin titubear sobre el precio a cobrar.
Miguel dudó un breve instante, pero que a él se le antojó eterno.
- Acepto. – susurró y por fin desvió la vista de aquel ser. Apenado.
Sintió como si le hubieran quitado el aire de los pulmones, como si le hubieran arrancado el corazón de su pecho, se retorció de dolor. Era más de lo que podía soportar. Pero finalmente cesó. Entonces no sintió nada, fue como si todo le diera igual, como si se hubiera vuelto de piedra.
- Ya está. Tu alma por la vida de la chica. – una sonrisa se dibujó en el feo rostro de ese demonio. Chasqueó los dedos y Miguel y Arya desaparecieron.
- Iluso. – comenzó a reír, cuando se supo vencedor – Yo siempre gano.
Miguel y Arya regresaron a aquella habitación, ese cuarto donde habían vivido tanto tiempo.
Entonces él sintió que Arya se removía en sus brazos.
Bajó la vista, sin sentir nada, absolutamente, nada, lo mismo le hubiera dado que Arya siguiera muerta.
Sin embargo la joven lo miraba desde abajo, con los ojos muy abiertos. Entonces si sintió algo, un reflejo de alegría.
- Arya. –murmuró y la mujer lo siguió mirando con aquellos inmensos ojos, que parecían aterrados.
Miguel se sintió desfallecer y cayó al suelo, destrozado y a la vez impasible, dado que toda emoción moría dentro de él. El diablo lo había engañado. Arya seguía viva. Escuchaba su respiración, los latidos de su corazón, pero ya no era la misma. Se mantenía estática, con aquella horrible expresión de pánico en el rostro. ¿Había renunciado a su alma, su único bien, para aquello? ¿Para tener a Arya atrapada en un cuerpo inmóvil, marchito, mustio?
Sacó su espada, de la vaina, por primera vez, desde que había llegado a aquel mundo. Dos lágrimas rodaron por su rostro y entonces dejó caer la espada sobre Arya, acabando con su sufrimiento de un golpe. La cara de ésta se relajó al fin y cerró lo ojos, mientras un hilillo de sangre descendía por sus labios. Miguel los besó, por última vez y se apresuró a salir de allí.
Corrió por las calles de Rihem durante un tiempo, sin poder sentir más que vacío en su interior. Y debajo de aquello una infinita tristeza, que no podía hallar, que no podía sentir, dado que ya no tenía alma. Desplegó sus alas - le dio igual la multitud que lo señaló – y emprendió vuelo.
Llegar al Paraíso le fue más difícil que salir de él. Casi una tarea imposible, pero lo logró.
Agitó las puertas que siempre estaban abiertas, intentando comprender por qué se le habían cerrado.
Entonces apareció él. Tan grandioso como siempre. Normalmente Miguel se habría sentido empequeñecer en su presencia, le hubiera embargado la alegría, pero aquel no fue el caso. Pudo sentir vergüenza. Al fin pudo sentir algo, como si parte de su alma se hallara todavía consigo.
Cayó de rodillas frente a su Dios y se encogió, temeroso de su ira.
Pero el Señor no era vengativo, no sentía como los humanos, no podía sufrir la ira.
- El Cielo es un lugar sagrado Miguel, reservado para los puros. Y tú ya no lo eres.
Tras aquella frase, Miguel supo que acababa de ser condenado.
Sintió el frío aire que le atravesó y empujó, fuera de aquel lugar. Cayó y cayó. Sintió como se incendiaba y finalmente se consumió. Suspiró al dejar de pertenecer a aquel cuerpo que ya no tenía razón de ser y se sumergió en la nada.
Era una nada infinita y negra. Y de pronto, luz, una diminuta luz, al final de aquel túnel. Se acercó indeciso.
La luz le envolvió y le devolvió su cuerpo. Fue extraño porque no era una cuerpo material era… su alma. Su Dios se la había devuelto. Allí había otra alma. Un alma nítida, brillante y hermosa. Como lo había sido su cuerpo. Arya.
Estaban el Limbo, un lugar intermedio entre la vida y la muerte, un lugar reservado a los impuros y las almas en transición. Pero no les importó. Juntos, eran felices.

Gabrielle se sorbió la nariz y secó las lágrimas apresuradamente, mientras me devolvía el trabajo.
- Eres una mala persona, ¿lo sabías? – farfulló.
- ¿Por qué? – la miré sorprendida, no esperaba aquella reacción - ¿No te ha gustado?
La muchacha me fulminó con su mirada verde.
- ¿¡Qué no me ha gustado!? ¡Anda, corre y ve a dárselo ahora mismo a la profesora Lourdes! – me empujó para que me levantara.
- Pero… - me resistí.
- Me ha encantado. – dijo, sonriendo, a pesar de las lágrimas – Y Lourdes tiene derecho a disfrutar de tu historia ahora mismo, así que rapidito.
Sonreí y la abracé emocionada, ante sus palabras.
- Gracias. – le susurré en el oído muy bajito.
Cogí mi abrigo y el trabajo y salí corriendo del local.
Todavía llegué a oír a la camarera preguntando: ¿Y el café?
- Ya se lo tomará después… – le contestó Gabrielle.
Rompí a reír, mientras corría bajo la lluvia, en dirección al apartamento de Lourdes.
Tenía un buen presentimiento.


* * *

Su blog es  http://lallamadadelfuegomym.blogspot.com.es/ el cual leía en tuenti antes de que decidiera subirlo a un blog. Creo que aún no hay ningún comentario mío en el blog, pero me pasaré a dejarlo AUNQUE SEA REPETIDO (porque antes en tuenti también le comentaba). Es una historia que RECOMIENDO por su acción, sus personajes (Simon<3) y su misterio. Tiene su punto moderno que atrae aún más. ASÍ QUE YA TARDÁIS EN ENTRAR. Aquí os dejo la sinopsis:

"Hay ocasiones, en que la realidad queda distante, lejana y tenemos la extraña sensación de estar en un lugar erróneo... y de pronto lo sientes, esa extraña llamada, que tira de ti y te dice que despiertes, que abras los ojos de una vez. Entonces todo cambia. Dana, una adolescente, algo introvertida, aunque con un fuerte temperamento, descubrirá un misterio que entraña en su propio interior y que le hará sentir, lo que es el verdadero FUEGO y lo fuerte que puede ser un sentimiento como el AMOR."


TUENTI: Open Your Heart





RECUERDO A MAKEUP QUE, COMO PREMIO, PUEDE ESCRIBIR UN CAPÍTULO APARTE DE MI HISTORIA SOBRE LO QUE QUIERA (puedes coger a los personajes que desees y hacer lo que te plazca, y dicho capítulo se publicará en este blog PERO no cambiará la historia, aunque depende de cómo sea...). TAMBIÉN PUEDE MANDARME EN PRIVADO EN TUENTI UNA PREGUNTA SOBRE LA HISTORIA (yo responderé sin tapujos sea lo que sea, pero Makeup no debe compartir con nadie esa información). TAMBIÉN PODRÁ ELEGIR UNA ESCENA PARA QUE OCURRA EN ESTE LIBRO O EL SIGUIENTE. Hablaremos de ello por tuenti.
Si quieres renunciar a algún premio, comunícamelo por privado en tuenti. 

1 comentario:

  1. ...

    ...

    OH MY FUCKING GOD!!! *O*
    *llora de felicidad*
    ¿¿En serio he ganado el primer premio??
    No... me... lo... creo...
    AHHHHHHHHHHHH! ¿En serio lloraste? T.T (Te confieso que al escribirlo a mí también se me cayó una lagrimita (es que soy muy sensiblona):3)
    Oh, me ha encantado lo que has dicho de mi relato *_______* <33 KYAAAA!
    No me esperaba ganar, la verdad ^-^ (Estoy aún que no me lo creo xD)
    Ana, TE ADORO, ¿lo sabías? :DDDD
    Asopjfdvolih me alegro taaaaaanto de que te gustara!!!! >//////<
    Y muchisisisisisimas gracias por lo que has dicho sobre mi blog Ü Oiiix, que me emociono de nuevo *se seca una lagrimilla traviesa*
    No sé cómo te puedo expresar mi agradecimiento ñ.ñ
    GRACIAS, GARCIAS, GRACIAS, GRACIAS!!!! xD

    PD: No renunciaré a ningún premio jojo >.< Tengo que pensarme todo bien *se frota las manos* ;D

    TE QUIEROOOO! (K) <3333


    PD2: Y ME REQUETE-ENCANTA TU HISTORIA *3*

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Muchísimas gracias por tu comentario :)